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miércoles, 19 de marzo de 2008

NÓMBRAME El Opiguá explica que su historia es oral, no escrita, que él es el encargado de trasmitirla entre sus congéneres y que lo hace, junto a la palabra, con la música.
Sí, la música lo acerca a los dioses y ellos le dan letra.
Por la noche, rodeando un gran fuego que permite ver las caras de asombro y que corta la humedad de la selva, el Opiguá le cuenta a sus hermanos cómo fue creado el mundo.
El Ñanderai, les dice, el creador, no necesitó padre ni madre y se parece en cuerpo al hombre, pero es más sabio que todos nosotros y supo que solo no podría, que necesitaba de otros dioses, esposas e hijos suyos para que lo ayudaran. Para que lo ayudaran a dar vida a tantos animales que hay sobre la tierra, y en el cielo, y en el agua. A dar vida a todas las plantas, árboles y flores de la selva. A la serpiente y a la mariposa, a la espina y a la flor. Y sobretodo, lo más difícil, dar vida a los hombres, a las mujeres y a sus niños, darles una buena vida, una vida alegre y responsable, responsable de todos sus hermanos, los animales, las aves, los peces, las plantas, lo árboles, las flores…
- y de las serpientes también?
- sí, fundamentalmente de las serpientes, del gato salvaje y del ratón que vuela.
El Opiguá nunca da explicaciones, sólo respuestas concisas que dan espacio para la reflexión y el pensamiento creativo de sus hermanos, de ellos dependerá encontrar o no las respuestas correctas. Él quizá los oriente, los guíe, pero jamás les dirá si esto o aquello es correcto o no. Así cada hombre, mujer y niño, aprenderá a crecer y a ser mejor persona cada vez. La búsqueda de la verdad siempre es el mejor camino.
La historia es larga y él la contará noche tras noche, todos escuchan atentos y sólo los niños interrumpen de tanto en tanto para preguntar…
La negrísima espesura los envuelve, y sus ojos, aunque tan negros como la noche, brillan con cada chispa ígnea, multiplicando así la fogata en decenas de pequeñas fogatas, dando vida a la ronda más inmemorial de los tiempos del hombre. Hombres semidesnudos, mujeres con pechos colgantes y niños que no conocen la impudicia, formando ronda junto al Señor Fuego que les regala sus dones, su calor y su luz, pero al que hay que saber tratar, porque si enfurece, es el ser más destructivo de todos los seres de la tierra.
La oscuridad, lentamente, da paso a la luz, rosada allá al fondo sobre un cielo turquesa surcado de ramas y hojas que jamás dejarán verlo en su extensión.
Ya de día, una mujer cuenta cómo fue salvada de la muerte, o de lo que es peor aún, salvada de que su alma vagara por los tiempos sin descanso. Cómo es esto? Ella explica, el nombre de la persona es lo que la hace persona, sin él uno no existe y puede morir en cualquier momento, está desprotegido y su alma sufrirá por siempre. Ella, cuenta, de chica no tenía un nombre, nadie la había llamado con un nombre y ella temía por su muerte y por su alma, y vivió así, temerosa de todo, hasta que un día alguien le dio un nombre, la llamó son su nombre Mbé ñe mité, y a partir de ese momento ella vive feliz, sabiendo que ya es un ser que existe porque la nombran, porque si muere su alma tendrá descanso y será feliz allí en la tierra de las almas.
Hay muchos dioses, dicen, pero es uno solo. Sí, el blanco tiene su dios y nosotros los nuestros, pero en realidad es el mismo, el creador de las mismas cosas, de los mismos seres sobre la tierra, por eso, Ñaí lleva al cuello dos collares entrelazados, como si fueran uno. Uno de semillas de ñité, blancas y negras, que honran a Ñanderai, que simbolizan la vida y la muerte, la semilla negra, fértil, para la vida, la blanca, seca, para la muerte. Y una cruz romana hecha con ramitas y trenzada con finos tientos de cuero, en honor al dios del blanco, que es el mismo, insiste.
Los hombres salen a pescar, con firmes y afiladas lanzas. En el río se divierten, juegan como niños a ver quién pesca más y más rápido, corren entre las piedras mohosas sin resbalar, saltan, gritan, también se enfurecen cuando un gran pez se les escabulle, pero son habilidosos y todos vuelven con sus presas.
Las mujeres, entretanto, trenzan canastos, se despiojan unas a otras, prestan sus pechos cargados de leche a niños de otras mujeres, que ya viejas no tienen ni una gota de alimento, preparan el fuego, donde en breve los pescados serán cocidos junto a hierbas frescas de aromas intensos.
Luego algunas, las más jóvenes, cumplirán con sus deberes maritales, irán por allí con su hombre, a algún sitio alejado en medio de tanta naturaleza que los absorbe, convirtiéndolos en ramas, hojas y flores, colgando de un árbol centenario, de una hiedra gigante o de un ñapindá que los acuna entre sus raíces. Quizá de este encuentro surja un nuevo ser, al que habrán de darle un nombre, ya de pequeño, para que pueda crecer sano y feliz, ser dueño de una larga vida, que continuará, igual de feliz, en la tierra de las almas. Habrán de darle su nombre, para que a este niño no le suceda lo que a Mbé ñe mité le sucedió.
“Nómbrame madre” dijo el niño en sus entrañas, y la madre supo que un nuevo ser habitaría la tierra.



3 comentarios:

Jorge Rúa dijo...

Hola Marce te felicito muy bueno el blog. Hice un link en mi blog al tuyo.

Jorge Rúa dijo...

Nómbrame esta barbaro un cuento perfecto, ya ire leyendo lo demás

malena dijo...

Me encantó!!!!