EN BLANCO (o CALESITA)
Era hermosa.
Desde chico no recordaba nada igual. Giraba y giraba y una bella música de fondo giraba con élla. Todo daba vueltas a mi alrededor, suavemente, sin marear. Volvía a pasar, una y otra vez, frente al mismo banco, el mismo árbol, la misma sortija, siempre deseada, inalcanzable.
De pronto, la calesita se detuvo y yo con élla.
Y ahí apareció, frente a mí, bella como nadie, con sus ojos claros apenas rasgados, con sus labios rosa, delicados, que me insultaban, me humillaban, una vez más.
Todo se volvió rojo, no podía ver nada, sólo rojo, y me dolía la cabeza, y apretaba, fuerte, las manos me dolían, y el rojo... el rojo salía de su boca, un hilo rojo por su cuello pálido y su remera blanca... y dábamos vueltas y vueltas con la música, que dolía en mi cabeza y en mis manos.
Me miré las manos, las tenía atadas con cintos de cuero con hebillas negras, atadas a la cama. Una remera larga blanca cubría mi cuerpo, y mis pies, mis pies estaban libres, descalzos, inertes.
Ya no había música, sólo un biip marcaba mi pulso, sin sobresaltos, sin rojos ni llantos, sin sortijas ni humillación, sólo el silencio del biip... y todo blanco.
Silencio blanco.
Era hermosa.
Desde chico no recordaba nada igual. Giraba y giraba y una bella música de fondo giraba con élla. Todo daba vueltas a mi alrededor, suavemente, sin marear. Volvía a pasar, una y otra vez, frente al mismo banco, el mismo árbol, la misma sortija, siempre deseada, inalcanzable.
De pronto, la calesita se detuvo y yo con élla.
Y ahí apareció, frente a mí, bella como nadie, con sus ojos claros apenas rasgados, con sus labios rosa, delicados, que me insultaban, me humillaban, una vez más.
Todo se volvió rojo, no podía ver nada, sólo rojo, y me dolía la cabeza, y apretaba, fuerte, las manos me dolían, y el rojo... el rojo salía de su boca, un hilo rojo por su cuello pálido y su remera blanca... y dábamos vueltas y vueltas con la música, que dolía en mi cabeza y en mis manos.
Me miré las manos, las tenía atadas con cintos de cuero con hebillas negras, atadas a la cama. Una remera larga blanca cubría mi cuerpo, y mis pies, mis pies estaban libres, descalzos, inertes.
Ya no había música, sólo un biip marcaba mi pulso, sin sobresaltos, sin rojos ni llantos, sin sortijas ni humillación, sólo el silencio del biip... y todo blanco.
Silencio blanco.
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