MORENITO
Rosalinda tiene la cara hinchada de tanto llorar y los dedos duros de tanto apretar su falda, esa falda que delata largas horas de espera en un duro banco de plástico al fondo de un corredor ventoso y mal iluminado de la Central de Migraciones.
Johnathan duerme ovillado justito a su lado, su cabecita roza sus nalgas, su cabello brilla azabache y sus manitos rollizas lucen más oscuras aquí dentro. Ajeno a todos los maltratos, duerme en paz, como un angelito negro.
…morenito guatemalteco duérmete ya mi niño, duérmete ya…
Rosalinda Hernández de González, viuda de González, no comprende qué sucede.
O sí comprende, comprende que ha quedado sola, élla, Rosalinda viuda de González, con su hijito de dos años, Johnathan Gualterio González, dormido en su regazo.
Pasaron ya cinco años de la vez que ella estuvo aquí, aquí mismo en esta Central de Migraciones, imaginando un mundo de oportunidades, un trabajo digno, una casita sencilla y luminosa para ella y su marido Gualterio Enrique González, joven de 23 años, élla apenas mayor de edad, 21 recién cumplidos, casados un año antes en su Jalapa natal. Llegaron con una valija cada uno y un montón de paquetes con chucherías y cosas ricas para sus parientes y amigos, paquetes que tuvieron que abandonar en un mostrador gastado de esta Central de Migraciones, “por seguridad nacional” les dijeron.
Rosalinda y Gualterio viajaron lejos, largos días de autobús hasta el centro de este gran país, que sería desde entonces “su” gran país, tan vasto como jamás hubieran imaginado. Días y noches de carreteras vacías, sólo camiones y luces en la noche, moteles al costado de la ruta, y un inmenso desierto frente a éllos. Desierto que aniquila los miles de verdes húmedos de la selva guatemalteca grabados en las pupilas de estos jóvenes enamorados, desierto que los asfixia con su calor seco y polvoriento.
En medio de esa nada vieron cómo se alza una ruidosa ciudad escandalosamente iluminada, neones por horizontes, carteles sonoros, hoteles y más hoteles con torres y cúpulas de cristal, rodeados de jardines y lagos de fantasía semejando europas de bijouterie, limusinas blancas trasladando a enriquecidos cowboys de un día, y gentes borrachas de tristeza o alegría – lo mismo da – abarrotando las calles calurosas de ese oasis de la fortuna.
Allí sólo pasaron unas horas, aguardando el cambio de autobús que los internó aún más en la oscura noche del desierto, profunda oscuridad sólo interrumpida por las explosiones naranjas de los pozos petroleros que jamás descansan, día y noche digitando las bolsas de valores del mundo entero.
Después de siglos de haber abandonado Jalapa, se encontraron con Merceditas y el tío Ramón, el menor de los hermanos Hernández, en un abrazo con sabor a tortilla de frijoles entre lágrimas y sonrisas.
Todo comenzó a cobrar forma y color. Gualterio consiguió trabajo en el frigorífico junto a Ramón y Rosalinda ayudaba a su tía con las tareas de la casa, que compartieron un tiempo hasta que la parejita pudo rentar un departamento en el mismo barrio.
Los recuerdos vienen a la mente junto con las lágrimas, lágrimas de dolor, de temor, de desencanto...
... duérmete ya mi niño, duérmete ya.
Al fondo del corredor, una puerta se cierra estruendosa, metálica, enrejada. Rosalinda se siente prisionera, en ese corredor ventoso al que no llega la luz del día, acalambrada en un banco duro, a la espera desesperada de una decisión, decisión que convertirá su vida en la de otra persona, como si élla, Rosalinda viuda de González, nunca hubiera existido, ni Gualterio su joven y amado esposo, ni su casita en Houston, o su empleo en casa de Ms. Rossen, su sedán año ’96, su TV 29”, la lustradora, el lavavajilla ni el lavarropas automático, tampoco aquel nuevo empleo de Gualterio, que hace ocho meses atrás decidió tomar porque la paga era buena y les permitiría progresar y pagarle estudios a Johnathan.
Como si élla, Rosalinda viuda de González, hubiera soñado todo aquéllo, un sueño de hadas y zapatillas de cristal... pero qué hay de Johnathan? él es tan real, sí tanto, allí a su lado soñando con dibus de la Warner’s
... morenito guatemalteco, duérmete ya, duerme mi niño.
Un hombre corpulento y rubio, uniformado, se acerca a Rosalinda, le entrega una bolsa de papel con ruido a llaves, con ruido a llaves y a algo más... “that’s for you” – dice - mientras pega la vuelta.
A Rosalinda le tiemblan las manos, el ruido a papel le crispa más los nervios, más aún, caen en cascada sobre su falda un reloj pulsera sumergible, un llavero con una foto de Johnathan riendo y otra en brazos de su madre, una navaja de ésas suizas multiuso, un documento con la foto de Gualterio que acredita su ciudadanía “en trámite”, su entrada al gran país del norte hace cinco años, una salida hace 8 meses sin destino registrado, y un reingreso hace sólo dos días sellado por el Departamento de Migraciones, debajo, otro sello, de la Marina de los Estados Unidos de América. Más, una carta “... lamentamos comunicarle... Gualterio Enrique González... nacido el ... Guatemala... combatiente en Bagdad... bajo el mando de nuestro... con valor...” se le nubla la vista a Rosalinda, no puede seguir leyendo, sólo ve una firma... General en Jefe... la bandera norteamericana en el margen superior del papel que se arruga en sus manos.
Algo queda en el fondo de la bolsa de papel, bolsa de supermercado, un anillo de compromiso con unos números grabados “23-05-2001” y un “te amaré por siempre”, no hace ruido al rodar y queda atrapado bajo las patas de un inhospitalario banco de plástico en un corredor ventoso y oscuro de la Central de Migraciones.
Otra puerta se abre, esta vez al otro lado del corredor, una mujer afroamericana con ropa de fajina le hace señas para que la siga, ya, pronto, con todas sus pertenencias, su valija, el bolso de mano, los objetos sobre su falda...
... despierta mi niño, despierta ya...
La mujer afroamericana repite las señas, esta vez más enérgicas, impaciente, como si la tarea que le han encomendado sus superiores debiera realizarla sin demora alguna, como si se tratara de un asunto de vida o muerte, como si de éllo se tratara.
Rosalinda da pequeños pasos, su niño a medias dormido, a medias despierto, en sus brazos, más su bolso... su valija... no puede con élla... la bolsa de papel arrugada... rastros de una existencia...
“go on” presiona la afroamericana... la puerta metálica se cierra dándole la espalda a Rosalinda.
Rosalinda, viuda de González, es deportada a su país de origen, su Guatemala natal, por no tener los papeles migratorios en regla, por permanecer cinco años sin normalizar su situación de “en trámite”.
En su documento un sello fecha su entrada, y otro, en rojo, obliga su salida.
... morenito guatemalteco, despierta ya...
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