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sábado, 8 de marzo de 2008


Buenas noches


La cocina aún se mantiene tibia y el aroma a estragón domina el ambiente, hace sólo unos minutos que apagué el horno.
Compruebo una vez más que nunca una carne sale igual que otra, o más tierna, o menos jugosa, con más pimienta, pero siempre diferente.
Estoy descorchando un vino cuando suena el teléfono. Es él.
Su voz cascada me llega desde lejos, no bajita sino íntima. Me susurra tiernamente, me pide que me siente mientras hablo con él, y yo obedezco. Con mi copa recién llena en la mano me acomodo en el sillón y me entrego a sus palabras.
Me encanta escucharlo, es autoritario y dulce a la vez. Me pide que cierre los ojos y que recorra mi cuerpo con ambas manos, con las palmas abiertas, despacito, de arriba hacia abajo, mis senos, mi abdómen, ahora en círculos hacia afuera, hacia adentro, como masajéandome. Sigo con los ojos cerrados y su voz me lleva hacia los confines de mi cuerpo, a mis rincones y mis curvas, que él conoce mejor que nadie.
Levanto mi pollera y él me pide más y más, y yo obedezco, siempre lo hago.
Siento cómo su voz cambia de tono, se hace más grave y ahogada como si se tragara los sonidos. Me excita.
Mi cuerpo y sus palabras juegan libremente, danzan, se coquetean, pero siempre obedeciendo sus pedidos, que son súplicas.
Me detengo apenas un instante para tomar un sorbo de vino, ese elixir maravilloso que mi boca seca de placer agradece. Retomo el juego.
Mojo mis dedos en la copa y acaricio mi sexo tal y como él me lo describe, como si estuviera viéndolo. Vuelvo a cerrar los ojos y me dejo llevar por sus palabras, él sabe hacerlo, me lleva... me lleva... hasta lo más profundo de mis sentidos, empiezo a temblar y él lo nota y me obliga a seguir como si estuviera junto a mí y fuera su mano la que está dentro mío. Recorro laberintos de calor y color. Abro mis ojos y lo veo frente a mí muy cerca, sonriéndome, mojando mis labios con los suyos. Y estallo en un grito de luz que rompe el hechizo no sin antes decirle que lo amo, que lo necesito junto a mí ya mismo. Él se ríe, con su voz cascada se ríe dulcemente y me desea buenas noches.