Un gorgoteo suspendido en el aire. Silencio, bocanada de humo y otro gorgoteo. Un narguil dorado haciendo equilibrio sobre las piedras, y ellos dos sentados entre los pastos secos y duros de la estepa cisjordana. Aprovechan el descanso para almorzar fumando y charlando, fumando mucho, charlando poco. Tienen veintitantos, son jóvenes y todo aún por delante, sin embargo no piensan en el futuro, discuten sobre el pasado y sobre qué harán esta tarde, no mañana ni pasado mañana, no, no piensan en futuro, sólo ayer y hoy. Así viven todos aquí, que cuántas bombas cayeron ayer? que a cuántos mataron los misiles? que Ismael quedó viudo y Yosef manco, ésas cosas.
La vida transcurre sin protagonistas, sólo aquéllos que tienen suerte envejecen, pero ni se enteran, los demás en cambio, la mayoría, mueren jóvenes y tampoco se enteran.
Todo por una franja de tierra, demasiado angosta y desértica para ser un paraíso pero suficientemente amplia para albergar tantos dolores, tantas pérdidas irrecuperables, llantos silenciosos y jóvenes sin futuro.
Abu y Amin regresan al taller sin almorzar, no tuvieron qué. Caminan pateando piedras con desgano, se miran a los ojos y en silencio afirman, con un gesto de cabeza, que sí, que están decididos y dispuestos a hacerlo. Ya no hay tiempo para dudar, la misión es mañana y no hay retorno.
Desde que eran adolescentes pensaron en este día, convencidos de la necesidad de la acción, de la inevitabilidad del destino, por amor a dios, por amor a los suyos, por un futuro que saben que no tendrán y que sin embargo aspiran que otros tengan. Pero hoy, a pocas horas, la decisión no parece tan firme, sienten temor, les sudan las manos más por vergüenza de verse débiles que por pensar en la posibilidad de estar equivocados. No, el error aquí no entra, no debe haber equivocaciones, ni errores, ni malentendidos.
Trabajan toda la tarde como un día cualquiera, nada indica que será su último día de trabajo, nadie debe sospechar.
Por la noche, Abu y Amin irán cada uno a su casa, con su familia, cenarán como todas las noches, conversarán con sus hermanos, y se irán a dormir, no sin antes rezar como manda el Corán, luego de la ablución y arrodillados mirando hacia La Meca, pero será un rezo diferente a todos, más prolongado, más íntimo, un extraño equilibrio entre convicción y desesperanza, que sólo los dos muchachos sentirán en lo más profundo de sus corazones. La madre de Abu lo mirará diferente esta noche, con inmensa tristeza y resignación, como si algo supiera. Abu, es casi un niño aún, acaba de cumplir 19 años, pero es robusto y alto, parece mayor. Amin en cambio, tiene 23 pero es menudo y sus cabellos ensortijados lo hacen parecerse a un jovencito, si apenas tiene la talla de Yiddi, su hermano de 14.
El amanecer los encontró a ambos despiertos, poco fue lo que durmieron. Se vistieron lentamente, cada uno eligió sus mejores ropas, sin saber que el otro haría lo mismo, se despidieron en silencio de todos y cada uno de sus hermanos, de sus madres, de sus padres, muy en silencio sin despertar a nadie, y partieron rumbo a la cita, cada uno por su lado.
El sol comienza a asomarse y en breve el calor se hará sentir. Todo lo que alcanzan a ver sus ojos es desierto, pastos amarillos y piedras que se parten en dos con sólo mirarlas, así es su hogar, por el que están dispuestos a morir.
El lugar de encuentro es una fábrica abandonada en pleno pueblo, allí los esperan sus jefes, a quienes éllos jamás habían visto antes. Todo se lleva a cabo en silencio y muy deprisa. Abu y Amin se sacaron sus ropas, lavaron sus cuerpos con religioso esmero y contemplaron cómo manos expertas adherían a sus pechos, explosivos y detonantes.
Vestidos y revisando hasta el último detalle salieron juntos a la calle, conversando como un día cualquiera, fueron a pie hasta la frontera. Frontera que custodia las salidas pero no las entradas, límite para unos y exceso para otros.
Ya del otro lado, caminaron entre la gente, confundiéndose entre los diferentes que no lo son tanto, los del otro lado...
el otro lado de la vida y de la muerte.
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