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lunes, 19 de diciembre de 2011


Hombre de ojos azules
hombre sagrado
el azul de tu ojos
contienen los secretos de cielos y mares,
me enamoré de ti, de ellos.
Hombre de ojos azules
hombre sagrado.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El cielo que no vemos

Hace tiempo una niña me preguntó:
Marcela, el cielo que no vemos es el mismo cuando lo miramos?
No supe responderle.

jueves, 25 de agosto de 2011


Un hasta mañana

Cinco días para sentirse triste, y cinco más o diez… no equilibran quince largos años de alegrías, compañía y felicidad genuina.
Los animales tienen el don de amar incondicionalmente, sin ataduras de ningún tipo, sólo aman sin pedir nada a cambio, así como juegan sin esperar resultados, a igual que los niños. Nosotros los humanos adultos, en cambio, necesitamos rótulos, roles y finalidades, por eso digo que el Chinito fue mi hermano, mi compañero, mi hijo, mi amigo, a veces uno de éllos y otras fue varios a la vez, pero él no supo de estas cuestiones sólo me quiso con todo su amor ingenuo y generoso.
Me acompañó en situaciones muy difíciles del mejor modo, estando allí junto a mí. También yo supe ser su compañera fiel.
Pienso en cuál es el sentido de la muerte y me surge así el sentido de la vida, tan cierto que no hay uno sin otro. Su partida me ayuda a recordar que nada es estanco, que todo, todo está en movimiento siempre, así crecemos, así nos nutrimos.
Ya lo dijo Próspero: “Estamos hechos de la misma materia que los sueños”.
Es pronto para que el Chinito sea recuerdo, aún es presencia, y sueños. Hay un huequito tibio en el sillón, huellas de patas en la pared y la pelota mordida en el jardín. Estoy transformando mi llanto incontrolable en una tenue sonrisa, al pensarlo lo veo y lo siento junto a mí.
Imaginarnos inmateriales nos resulta casi inconcebible, sin embargo somos energía pura y la materia es apenas un modo de organización de esa energía, pero no aprendimos aún a sentir sin ver, sin tocar.
Sólo quiero sentir sintiendo… que él está aquí conmigo ahora.
Así es.
Hasta mañana amigo, me voy a dormir que es tarde.

jueves, 11 de agosto de 2011

CIELOS PATAGONICOS



nada para agregar...



 

sábado, 4 de junio de 2011

antología 2011

comentario de contratapa

trabajar con esta editorial es muy grato, te respetan como escritor y te tratan muy bien
siempre quedo contenta
búsquenla en las librerías, ojalá que les guste!


sábado, 2 de abril de 2011

29 años

por una treta del destino o de dios, vaya uno a saber, nací mujer
sólo eso me evitó estar allí

un nuevo homenaje hoy






Ansiedad de tenerte en mis brazos.

Los otros días, una semana atrás, vi sus manos, sí sus manos, apoyadas sobre el mostrador de la panadería de la vuelta de casa, mirá vos qué cerquita.
Fueron apenas unos minutos, pidió pan y unas facturas, pagó y se fue.
Nunca lo había visto antes… pero esas manos, qué duda cabe? son las de su padre y las del mío, inconfundibles con esos dedos largos y delgados de nudillos redonditos, uñas chatas algo rústicas, sin embargo son manos de artista, que revelan precisión y esmero, cariños y caricias.
Son tus manos m’hijo. Soy tu abuela querido … y te sigo buscando.


miércoles, 2 de febrero de 2011

Qué sabe ud. de arte?

A la típica pregunta de encuesta, ella respondió sin dudar:
- “Mujer en el balcón” de Picasso. Sí, es el cuadro que más me gusta , expresa la dualidad propia del tiempo y el espacio, no sólo en sus formas con ese rostro en simultáneo de frente y perfil, sino que muestra el instante eterno en que la mujer espera apoyada en el balcón a que llegue su querido. Expectativa y desasosiego a la vez. Instante que perdura en tanto ella esté asomada allí, sea que él llegue como que no, en la alegría del encuentro y en la pesadumbre de la ausencia. Ella con su rostro blanco como luna llena, lo ve llegar. Cuando él no aparece, se torna oscuro y escurridizo mostrando su perfil.
Sí, es el cuadro que más me gusta, expresa la dualidad de una mujer en el balcón.



          Mujer en el balcón - Pablo Picasso 1937




Una noche fría

Salí de la cocina con un mate recién preparado entre las manos y fui a sentarme frente a la ventana, la cálida luz de octubre tiñe los contornos de rosa y el cielo se vuelve turquesa, sobre el horizonte aún brillan destellos de un sol que en breve comenzará a iluminar a otros muy lejos de aquí.

Eduardo sonríe y me pide un mate, su sonrisa, a igual que su remera blanca, espejan los rosas. Observo su perfil detenidamente y en silencio, es tan varonil pienso, pero no se lo digo, sólo sigo mirándolo. Sus ojos oscuros miran lejos a través de la ventana, no hay melancolía en ellos, por el contrario, trasmiten certezas, convicción de estar en el lugar preciso con la persona indicada. Llevo mi mirada hasta sus labios carnosos, levemente humedecidos que vuelven a sonreírme mientras me devuelve el mate, ahora es mi turno y por un instante dejo de mirarlo, cierro mis ojos y sigo recorriendo su rostro, el cabello al ras que desnuda las venas en las sienes, verdosas y enérgicas surcando su piel, dotándolo de una vitalidad increíble, bajo por ellas hasta su cuello musculoso y me detengo, me hago un ovillito pequeño y me quedo acunada en el hueco que forma su clavícula, se está tan bien allí…
Abrí los ojos, sus brazos me rodearon delicadamente como si yo fuera frágil y en un instante mágico comenzamos a acariciarnos, nuestras manos ansiosas se entrecruzaron sin estorbarse dibujando una coreografía perfecta, acelerándose sin perder el ritmo. Desnudos ya, nuestros cuerpos se aceptaron y rechazaron en un juego perverso y sensual a la vez, entre risas y susurros me penetró, quedé poseída de placer casi inmóvil bajo su cuerpo, su sexo estallaba … con fuerza inaudita grité… grité…

… y el infinito placer se fundió con el espanto…

Una sombra en la puerta nos observaba silenciosa, acechante.

La luz del atardecer me permitió verla, cuanto más se nos acercaba más temor me producía. Una bella mujer desnuda, de piernas muy largas, caminaba hacia nosotros segura de sí. Desorbitada vi cómo se deslizó entre ambos, separando nuestros cuerpos y ocupando mi lugar ante la complacencia de mi hombre, que parecía no darse cuenta del cambio, besó sus senos, lamió su cuerpo, élla gemía y él cada vez más excitado seguía saboreándola. Quedé allí inmóvil contemplando una pesadilla sin fin, los amantes no notaron mi presencia y siguieron gozando locamente, gimiendo, gritando. Sus cuerpos brillantes de sudor opacaron el mío, que frío por el horror se encogió en un rincón lejano del cuarto.
Cuando el silencio y la oscuridad dominaron a mi alrededor, cerré los ojos y me dormí.