En otro tiempo
Llegué junto con la lluvia. Era un barrio alejado, mal iluminado y con calles que se inundarían en breve. En la casa había poca gente, sólo se oían algunos murmullos. Lo usual en estos casos.
Ubiqué sin problemas a los familiares. Eran tres, de pie en un rincón, con vasitos de mate cocido en sus manos y huellas de cansancio en los rostros. Cansancio que no impidió que me recibieran con una sonrisa. Hubo intercambio de saludos, condolencias, lo habitual. Todo transcurría como era de esperar.
Los que llegaban, con gestos consternados, sinceros o fingidos, vaya una a saber, saludaban a los familiares, se quedaban un rato en silencio, un tanto alejados pero visibles, como quien no quiere estorbar pero a la vez quiere ser percibido, quiere que se recuerde su presencia, aquel día, en aquella situación. Quién sabe, quizá quieran garantizar una retribución algún día. Luego de un tiempo, que consideran prudente, saludan nuevamente y se retiran, ya para no volver. Como harán los demás al entrar la noche. Esa será mi oportunidad, la posibilidad de conversar tranquilamente con los familiares, de poner fin a la entrevista que comencé hace varios meses, de darle final a una historia que lleva años.
Los familiares, como ya dije, son tres. Una madre, una hermana, un sobrino.
La madre, una mujer humilde, de vida de trabajo, manos ásperas y espalda vencida. De pocas palabras, las justas, no conoce de vacilaciones. Por élla supe que su hija fue una mujer alegre, que vivió intensamente, con la felicidad que da la convicción. Supe también, que tuvo una infancia de ausencias, un padre que falleció joven, en un accidente en la fábrica, y esta madre que tuvo que trabajar día y noche, fregando, cocinando y cuidando niños ajenos, para intentar, sin lograrlo, cubrir las necesidades de esa niña, y de una más, aún más pequeña. Esa hermana que hoy está de pie junto a mí, ofreciéndome un sorbo tibio de su taza y apretando mi mano con la suya. Que crió un hijo siendo soltera y muy joven, quizá demasiado joven , que hoy es una mujer madura, algo tímida pero cariñosa, que posee una generosidad sin límites, casi inexplicable cuanto más sabemos de su vida, crecida sin padre, sin madre, sin esposo y sin hermana, pero con un hijo, un muchachito ya, que es la luz de sus ojos, por quien es capaz de dar lo que no tiene, de inventarlo si es necesario.
Ese jovencito que está a su lado siempre, cuidándola, apoyándola, como hoy, aquí, atento a todo y a todos, con esos ojos claros pero de mirada profunda, franca. Dicen que se parece a su tía, de ella heredó el sentido del humor, y el sentido de la solidaridad, ese sentido tan especial que no reside en ningún órgano, que se siente en todo el cuerpo, que compromete al corazón y a la mente, y que sin él la vida es un sin sentido. Cuando habla de su tía, lo hace como si la hubiera conocido, como si hubiera compartido días y noches con ella, largas horas de juego, paseos por la plaza, vueltas en calesita, actos de colegio. Sin embargo, ella desapareció antes que él naciera, en una noche lluviosa, como la de hoy, de un barrio humilde, parecido a éste. Pero en otro tiempo.
En un tiempo de sueños, de sueños posibles con ojos abiertos, que pronto se convirtieron en vidas sin sueños, en noches de pesadillas, sin horas, sin tiempos. En esperas, en ausencias, sin respuestas.
Respuestas que aún hoy seguimos buscando, que intenté encontrar al comenzar aquella entrevista y que permitirían descansar en paz a los vivos y a los muertos. Respuestas que hacen posible, en una noche como hoy, velar un cuerpo.
24 de Marzo 2006
“El cuerpo de Antropología Forense, luego de haber exhumado varias tumbas NN, acaba de confirmar la identidad de dos mujeres que se hallaban desaparecidas desde febrero de 1977...”
Llegué junto con la lluvia. Era un barrio alejado, mal iluminado y con calles que se inundarían en breve. En la casa había poca gente, sólo se oían algunos murmullos. Lo usual en estos casos.
Ubiqué sin problemas a los familiares. Eran tres, de pie en un rincón, con vasitos de mate cocido en sus manos y huellas de cansancio en los rostros. Cansancio que no impidió que me recibieran con una sonrisa. Hubo intercambio de saludos, condolencias, lo habitual. Todo transcurría como era de esperar.
Los que llegaban, con gestos consternados, sinceros o fingidos, vaya una a saber, saludaban a los familiares, se quedaban un rato en silencio, un tanto alejados pero visibles, como quien no quiere estorbar pero a la vez quiere ser percibido, quiere que se recuerde su presencia, aquel día, en aquella situación. Quién sabe, quizá quieran garantizar una retribución algún día. Luego de un tiempo, que consideran prudente, saludan nuevamente y se retiran, ya para no volver. Como harán los demás al entrar la noche. Esa será mi oportunidad, la posibilidad de conversar tranquilamente con los familiares, de poner fin a la entrevista que comencé hace varios meses, de darle final a una historia que lleva años.
Los familiares, como ya dije, son tres. Una madre, una hermana, un sobrino.
La madre, una mujer humilde, de vida de trabajo, manos ásperas y espalda vencida. De pocas palabras, las justas, no conoce de vacilaciones. Por élla supe que su hija fue una mujer alegre, que vivió intensamente, con la felicidad que da la convicción. Supe también, que tuvo una infancia de ausencias, un padre que falleció joven, en un accidente en la fábrica, y esta madre que tuvo que trabajar día y noche, fregando, cocinando y cuidando niños ajenos, para intentar, sin lograrlo, cubrir las necesidades de esa niña, y de una más, aún más pequeña. Esa hermana que hoy está de pie junto a mí, ofreciéndome un sorbo tibio de su taza y apretando mi mano con la suya. Que crió un hijo siendo soltera y muy joven, quizá demasiado joven , que hoy es una mujer madura, algo tímida pero cariñosa, que posee una generosidad sin límites, casi inexplicable cuanto más sabemos de su vida, crecida sin padre, sin madre, sin esposo y sin hermana, pero con un hijo, un muchachito ya, que es la luz de sus ojos, por quien es capaz de dar lo que no tiene, de inventarlo si es necesario.
Ese jovencito que está a su lado siempre, cuidándola, apoyándola, como hoy, aquí, atento a todo y a todos, con esos ojos claros pero de mirada profunda, franca. Dicen que se parece a su tía, de ella heredó el sentido del humor, y el sentido de la solidaridad, ese sentido tan especial que no reside en ningún órgano, que se siente en todo el cuerpo, que compromete al corazón y a la mente, y que sin él la vida es un sin sentido. Cuando habla de su tía, lo hace como si la hubiera conocido, como si hubiera compartido días y noches con ella, largas horas de juego, paseos por la plaza, vueltas en calesita, actos de colegio. Sin embargo, ella desapareció antes que él naciera, en una noche lluviosa, como la de hoy, de un barrio humilde, parecido a éste. Pero en otro tiempo.
En un tiempo de sueños, de sueños posibles con ojos abiertos, que pronto se convirtieron en vidas sin sueños, en noches de pesadillas, sin horas, sin tiempos. En esperas, en ausencias, sin respuestas.
Respuestas que aún hoy seguimos buscando, que intenté encontrar al comenzar aquella entrevista y que permitirían descansar en paz a los vivos y a los muertos. Respuestas que hacen posible, en una noche como hoy, velar un cuerpo.
24 de Marzo 2006
“El cuerpo de Antropología Forense, luego de haber exhumado varias tumbas NN, acaba de confirmar la identidad de dos mujeres que se hallaban desaparecidas desde febrero de 1977...”
No hay comentarios:
Publicar un comentario