En la tele veo algo que me deja congelada, no puedo sacar la vista ante tanta iniquidad.
Ubicación geográfica: predio conocido como “La Quema”, José León Suárez, Provincia de Buenos Aires.
Ubicación temporal: un día cualquiera, todos los días.
Conductor del programa: joven argentino con conciencia social, que lucha por disimular el horror que siente, la incomprensión, la desazón, mayor aún que la mía, porque a él le toca estar allí.
Son las seis de la tarde. Una hilera de chicos, alguna bicicleta sin asiento, unos carritos. Faltan minutos para la largada. Y a correr! 15 o 20 cuadras hasta las montañas de basuras eternas que destellan pudredumbre. El sol pestilente hiere las carnes y la mujer respira veneno.
Pies descalzos buscando el tesoro escondido que silenciará, con suerte, a los sonidos del hambre. Que clavará otro puñal en la herida de la humillación.
Son cientos, ejércitos derrotados, olvidados de la mano de Dios y sus representantes terrenos.
Una chapa, un cartón. Todo tiene valor. Plásticos, latas botulímicas, un calzado siempre impar, un gato muerto. El hambre devora las sobras y arrasa sueños.
Una hora, sólo una hora diaria. Ortopedia del dolor.
No es bruma lo que los ojos ven, es vaho de muerte, y lágrimas.
Comienza el regreso puntual, antes que la policía intervenga.
Algunos tuvieron suerte, otros, en cambio, se van con las manos vacías.
La imagen se detiene y yo allí con la vista empañada imaginando mis tardes que ya no serán las mismas, saliendo a la vereda a dejar mis desechos sabiendo que mañana habrá manos desesperadas revolviéndolos.
Me siento terrible por integrar esa oxidada cadena de favores.
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