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domingo, 11 de mayo de 2008

TODO UN CABALLERO

Busco en el silencio de la noche el sonido del motor, esa moto que me dice que está llegando.
Él, con su larga cabellera negra, sus ojos penetrantes y sus labios que invitan a ser besados de noche y de día, en la vigilia y en el sueño, en todo tiempo y lugar.
Allá atrás en el tiempo hubiera sido el caballero perfecto, montado en su corcel negro, elegante y desafiante, valiente y sentimental, con un pañuelo de su doncella guardado cerca del pecho y una voluntad inquebrantable de vencer en todas las batallas, incluída la del amor.
Hoy los tiempos son otros, el caballero es joven y apuesto y su valentía reside en disfrutar de la vida día tras día.
Todas las noches me visita, llega entre sombras y viene a amarme.
Nos entregamos el uno al otro salvajemente, sin frenos, como animalitos ante el fuego atraídos por la luz y el calor pero temerosos ante su poder de destrucción.
Es tan bello, tanto. Su piel morena es tersa y joven, casi femenina. Su temperatura es perfecta, me obliga a tocarlo, apretar mi cuerpo contra el suyo y jugar a deslizarnos, resbalarnos, tomando formas extrañas como serpientes en celo. Su cuerpo está cubierto de un tupido bello negro que lo emparenta al más salvaje de los machos, sin embargo su tacto me habla de terciopelos delicados. A igual que su mirada oscuramente desafiante se transforma en la más tierna de las miradas cuando sus ojos se depositan en los míos.
Cada noche repetimos el ritual, y a pesar de las coincidencias, cada noche es única como la primera. Aunque llega sin avisar, algo en mí se alerta y lo espero tras la puerta, en el momento justo, no hay esperas. Siempre sonrientes nos abrazamos, somos felices anticipándonos al goce de nuestros cuerpos, nuestro deseo incontrolable de fundirnos en uno solo, una ficción hecha realidad por unas horas donde somos un solo cuerpo con dos cabezas y por momentos un solo pensamiento que se revuelca en dos cuerpos, como un monstruo horrendo o un animal herido, aullando hasta la afonía, llorando hasta secar las lágrimas, llegando hasta el final de nuestras fuerzas. Somos uno, dos, miles, todos los hombres y todas las mujeres están dentro nuestro queriendo salir, dominar o ser dominados. Crispadas las manos, los cuellos, nuestras venas cargadas de sangre que laten vertiginosas, la garganta se seca y el aliento se entrecorta, a mayor cansancio mayor pasión. Nuestros cuerpos responden como autómatas a los estímulos, saben magistralmente qué hacer, cómo moverse, anticipándose al otro o esperándolo. Nuestros fluídos se mezclan, sudor, semen, lágrimas. La pureza de los sentidos aflora, los olores, los sabores, el sutil temblor del músculo cansado que no se dará por vencido, que seguirá galopando por los tiempos de los tiempos, invencible en su negro corcel.
Mi caballero de ayer, de hoy, de siempre.

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