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sábado, 17 de mayo de 2008

HUELLAS

Volví a sentir sus muslos en mis manos, como grabados en éllas. Es increíble cómo los recuerdos se pegan a la piel, aún después de mucho tiempo. Pero esta vez era diferente. No como la marca que llevo arriba de la ceja y que el borde de una hamaca dejó olvidada allí, o el huequito en la rodilla de cuando caí de un árbol en la casa de tía Nelly. Tampoco se parece al olor a masita tibia que salía de la fábrica de galletitas y que aún llevo en mi nariz desde el jardín de infantes, o el gusto a chicle tutti fruti que tenía la goma de borrar lápiz. Nada de éso. Esta vez es diferente.
Recuerdo que solíamos dormir acurrucados, la espalda de uno junto a la panza del otro, alternando los lugares. Cuando era yo quien lo abrazaba, mi mano derecha se deslizaba sobre su muslo derecho, de arriba a abajo y de abajo hacia arriba, como un lento masaje, pero ejerciendo una suave presión sobre sus carnes. Su piel era fresca y porosa, pero su cuerpo irradiaba un calor inusual, como si tuviera un calefactor dentro de él, era una sensación maravillosa. Sus piernas largas y musculosas me daban seguridad, sabía que esas piernas eran capaces de soportar cualquier cosa, de soportarlo todo. Podían caminar por horas, subir montañas, llevar el peso de su cuerpo toda una vida y dejarse acariciar, como en una mecedora, por mis manos. Un conjunto de imágenes, sensaciones, certezas, vienen a mí desde mis manos. Mis palmas con líneas que cuentan historias, mis dedos con huellas que hablan de mí, mis uñas cuidadas. Todo habla de mí, y de él. Me recuerda aquella unión. El encuentro bajo las sábanas, la humedad de la piel, la necesidad del contacto. Noches enteras,por meses,años.
Esta noche mis manos hablan de él, dibujan su cuerpo en la oscuridad bajo las mantas, en el silencio de la madrugada, en el recuerdo de los tiempos.
Mis manos hablan.

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