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jueves, 15 de mayo de 2008

Inusualmente blanco

Existe siempre la posibilidad de que algo inusual suceda, claro que muy de tanto en tanto. Si sucediera seguido, dejaría de ser inusual. Si no sucediera nunca, no sería posible. En fin, casualidad o causalidad mediante, el asunto es que tuvimos una experiencia muy poco común. Tanto es así que hacía 90 años que no ocurría. Ya se habrán dado cuenta de qué estoy hablando… nevó en Buenos Aires!
Efectivamente, la última vez que nevó en Buenos Aires fue en 1918, a Julio del 2007 hagan la cuenta, tan sólo 89 añitos, toda una vida! incluso más que muchas vidas. Y tuvimos el privilegio de vivirlo, piensen en estos últimos noventa años, cuántos y cuántos no tuvieron la fortuna de ver nevar en nuestra ciudad, o acaso en ningún lado, cuántos jamás llegaron a ver la nieve, ni en figuritas. En cambio ustedes y yo estuvimos en el sitio justo y en el momento indicado.
No daba crédito a mis ojos, veía, sí, caer los copitos lentamente, blancuzcos, semi transparentes, contoneándose de derecha a izquierda, derecha izquierda, muy suavemente, jugando con el aire, cayendo muuuy lentamente, sin ruido… y al llegar al pastito - a ese pasto tiernito que planté hace poco, pasto de invierno de un verde tan brillante – al llegar ese copito se hacía agua, un charquito de agua helada. Esto fue así al comienzo, pero al rato empezaron a caer más y más copitos, y cada vez más grandes y ya no se contoneaban tanto, eran más pesados y llegaban al piso un poco más rápido, entonces ya no se derretían sino que se empezaban a acumular, unos sobre otros, y a formar una superficie cada vez más blanca, blanca y compacta, y todo empezó a cubrirse de blanco.
El pasto ya no era verde, ni brillante, el alero de chapa rojo de la entrada, tampoco era rojo, ni los alféizares de las ventanas… y la paja del quincho, esa paja de triste marrón gastado se volvió blanca. Los árboles, de copas redondas, o de largas ramas peladas (ninguna conífera hay en el barrio) también se volvieron blancos, los arbustos, las plantitas, alguna que otra flor que asomaba fuera de estación… todo fue blanco, inusualmente blanco.
Seguí mirando por la ventana, sin perder la fascinación, cuando la panza empezó a hacerme ruidos raros, nerviosos, alegres, y me vino a la mente un recuerdo lejano de niñez, plagado de inocencia y entusiasmo: la mañana de un 6 de Enero, muy temprano, levantándome sin remolonear, corriendo descalza a la ventana, donde junto a mis zapatos y a los de mi hermano, más un tarrito con pastito tierno, otro con agua para los camellos, y una palangana para que hicieran pipí! (sí, yo era muy estricta al respecto “ si todos les damos agua, pobrecitos, dónde van a hacer su pipí?”), en fin, junto a todas aquellas cosas, dispuestas como en santuario … sí! estaban los regalos! varios paquetes, grandes, pequeños, con lindos envoltorios de colores y moños, que intentaban dar respuesta a todos aquellos pedidos por escrito, interceptados siempre por mamá y papá (nunca tuvimos la certeza de esto, aunque sí la sospecha)y que siempre, más cercanos o más lejanos a nuestros pedidos, nos dejaban boquiabiertos, con una felicidad desbordante que nos llevaba a jugar y jugar compulsivamente con nuestro nuevo chiche hasta llegar, en más de una oportunidad, a romperlo o consumirlo, según se tratara, padeciendo así un profundísimo, incalculable, incontenible, sentimiento de decepción…
Pero lo común, lo que solía suceder, año a año, era una mañana de felicidad plena que se prolongaba por horas y horas, días, hasta que algún otro evento, un cumpleaños, una fiestita, las vacaciones, reemplazaban la ilusión.
Así, con ese “bienestar” estomacal, recuperado del arcón de los recuerdos, decidí abrigarme bien y salir a la calle a recibir la nieve con mis manos, dibujar con mis botas algún muñequito en el pasto y sacudir unas ramas, jugando a espolvorear la vereda…
La sorpresa fue grande, al ver a muchos de mis vecinos correteando por ahí, con los hijos, perros, celular en mano sacando instantáneas de un evento único e irrepetible a lo largo de una vida, fue una helada tarde de alegrías, un reencuentro con la niñez dormida.

Lamentablemente no pude sacar fotos aquel día, aún no tengo cámara digital y no tenía rollo.
Quién sabe, tal vez este invierno vuelva a nevar en Buenos Aires...

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