FIEL IMAGEN
El olor a leche tibia domina la cocina. Es una tarde como tantas, en esta Buenos Aires húmeda, que concentra olores y agudiza dolores. Le duele el brazo, detrás del codito, también le duele la pierna del mismo lado. En el espejo del baño se mira y ve una mancha verdosa y rojo oscuro al medio.
Siempre es igual, mamá quiere defenderme – piensa – pero papá es más fuerte, no es alto como el papá de Gustavito, pero es musculoso, tiene brazos gruesos y manos pesadas, y las uñas desparejas, que a veces rasguñan también.
Vuelve a la cocina y se sienta a tomar la leche, ya se enfrió. Agarra un cuchillo limpio del cajón, y delicadamente le saca la manteca al pan, limpia el filo con la miga, y unta mermelada, así le gusta más. No sabe bien por qué, pero la manteca le da asco, le recuerda a algo sucio. Deja la leche sin terminar y va nuevamente al baño. Cierra la puerta con llave, sabe que no hay nadie, pero por las dudas.
Se desviste, observa detenidamente su brazo, su pierna, el costado del tronco, ahí le duele bastante, se toca, aprieta, acá sí, acá no tanto, menos, sí justo acá. Busca en el botiquín las cremas de mamá, una que vió cómo élla se pone y le da color a la cara, el frasco de tapa azul, se unta el brazo, el moretón que duele, pero insiste, quiere ocultar esos verdes, pero no cubre, la crema no cubre. Servirá sólo para la cara? – se pregunta -. En la pierna tiene un raspón, uno de tantos, y en el costado izquierdo, debajo de las costillas, ahí no ve nada pero es donde más le duele, también se unta ahí, quizá alivie, pero no, tampoco sirve para éso la crema.
Acaricia la bata de mamá, tiene perfumito, y éso le gusta, se la prueba. Se mira al espejo y ve su parecido con élla, y un poco más con su tía Cristina, la hermana menor, la más flaca de todas, es su fiel imagen, así con la bata. Se tira el pelo para atrás, se lo ajusta con las manos, sí, se parece mucho a la tía.
Un impulso, y sin saber cómo ni por qué, se empieza a probar los maquillajes, desordenadamente, un rubor en las mejillas, un polvo azulado en los párpados, prueba un color de labios y encima otro, más rojo, la boca le queda chingada y con gusto feo, se lo quiere sacar con la mano y es peor, una mueca de disfraz le atraviesa el rostro, frota con fuerza, frota más, ahora el rojo de la irritación se superpone al labial, y la vergüenza al dolor.
Quiere lavarse todo, rápido, antes que ella vuelva del almacén. Tira un frasco, se derrama algo espeso, oscuro, no sabe qué es ni cómo limpiarlo, es pegajoso.
Escucha la puerta. Las manitos se le ponen más torpes, nada vuelve a su lugar, al de antes, como si el botiquín fuera más chico.
La voz de la madre le da terror. Ella insiste “dónde estás Julito, no estarás haciendo lío, no? mirá que cuando llegue tu padre... Julito!”.
El olor a leche tibia domina la cocina. Es una tarde como tantas, en esta Buenos Aires húmeda, que concentra olores y agudiza dolores. Le duele el brazo, detrás del codito, también le duele la pierna del mismo lado. En el espejo del baño se mira y ve una mancha verdosa y rojo oscuro al medio.
Siempre es igual, mamá quiere defenderme – piensa – pero papá es más fuerte, no es alto como el papá de Gustavito, pero es musculoso, tiene brazos gruesos y manos pesadas, y las uñas desparejas, que a veces rasguñan también.
Vuelve a la cocina y se sienta a tomar la leche, ya se enfrió. Agarra un cuchillo limpio del cajón, y delicadamente le saca la manteca al pan, limpia el filo con la miga, y unta mermelada, así le gusta más. No sabe bien por qué, pero la manteca le da asco, le recuerda a algo sucio. Deja la leche sin terminar y va nuevamente al baño. Cierra la puerta con llave, sabe que no hay nadie, pero por las dudas.
Se desviste, observa detenidamente su brazo, su pierna, el costado del tronco, ahí le duele bastante, se toca, aprieta, acá sí, acá no tanto, menos, sí justo acá. Busca en el botiquín las cremas de mamá, una que vió cómo élla se pone y le da color a la cara, el frasco de tapa azul, se unta el brazo, el moretón que duele, pero insiste, quiere ocultar esos verdes, pero no cubre, la crema no cubre. Servirá sólo para la cara? – se pregunta -. En la pierna tiene un raspón, uno de tantos, y en el costado izquierdo, debajo de las costillas, ahí no ve nada pero es donde más le duele, también se unta ahí, quizá alivie, pero no, tampoco sirve para éso la crema.
Acaricia la bata de mamá, tiene perfumito, y éso le gusta, se la prueba. Se mira al espejo y ve su parecido con élla, y un poco más con su tía Cristina, la hermana menor, la más flaca de todas, es su fiel imagen, así con la bata. Se tira el pelo para atrás, se lo ajusta con las manos, sí, se parece mucho a la tía.
Un impulso, y sin saber cómo ni por qué, se empieza a probar los maquillajes, desordenadamente, un rubor en las mejillas, un polvo azulado en los párpados, prueba un color de labios y encima otro, más rojo, la boca le queda chingada y con gusto feo, se lo quiere sacar con la mano y es peor, una mueca de disfraz le atraviesa el rostro, frota con fuerza, frota más, ahora el rojo de la irritación se superpone al labial, y la vergüenza al dolor.
Quiere lavarse todo, rápido, antes que ella vuelva del almacén. Tira un frasco, se derrama algo espeso, oscuro, no sabe qué es ni cómo limpiarlo, es pegajoso.
Escucha la puerta. Las manitos se le ponen más torpes, nada vuelve a su lugar, al de antes, como si el botiquín fuera más chico.
La voz de la madre le da terror. Ella insiste “dónde estás Julito, no estarás haciendo lío, no? mirá que cuando llegue tu padre... Julito!”.
1 comentario:
Sí, es así nomás.. Fiel imagen, la de tantos "julitos" incomprendidos y aterrados de ser descubiertos que hubo y seguirá habiendo hasta tanto el ser humano aprenda a no discriminar.
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