3 imágenes de Amsterdam
emblemas de una mágica ciudad...
en http://www.flickr.com/photos/maanavar
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martes, 27 de mayo de 2008
miércoles, 21 de mayo de 2008
Cachito
Qué duro es esto, sí, duro y frío. Esta vereda es dura y fría, a pesar de la frazada. Te acordás de esta frazada? La llevamos una vez a la playa, te acordás? Vos decías que se iba a llenar de arena y que después no se la íbamos a poder sacar, la arena, y yo insistí, menos mal que insistí porque si no nos hubiéramos muerto de frío, como ahora, en esta vereda dura.
Me acuerdo, también dijiste que no lleváramos al perro, no, no, al perro no, que no lleváramos las sillitas, sí éso, las sillitas, porque había que caminar mucho y a la vuelta vos ibas a tener que cargar con todo porque yo me iba a cansar enseguida como siempre.
Claro! no era al perro, si el perro está acá conmigo.
Y vos Cachito, vos también tenés frío no?
Cachito no contesta, pero yo sé que él también tiene frío, o no ven cómo se enroscó en la frazada? Eh! Cachito dejáme un poco de frazada che. No hay caso, Cachito ni se corre.
Ey! usté, sí usté señó, no tiene algo para darme? algo no más? mire que frío que hace acá, mire, ve? hace frío y está duro también, déle no tiene algo para mí? … sí, sí, gracias, gracias!
Estuvo bueno ese día en la playa, no? hacía calor y hacía viento también, sí mucho viento, por eso yo quería la frazada, y vos que no, por el viento … la arena con el viento, éso, se iba a llenar de arena , pero mirá mirá! no tiene arena la frazada, nada! ni un granito, limpita está pero no abriga, allá sí abrigaba pero acá no, por qué será che que acá no abriga eh?
La arena también era dura, te acordás Cachito? no… qué, qué te vas a acordar vos si no fuiste con nosotros a la playa. No que no fuiste vos? Cómo ibas a ir a la playa si estás acá ahora conmigo, claro! que tonta que soy.
Dale Cachito, movete un poco che, que yo también tengo derecho a usar la frazada, después de todo, quién la compró eh? quién? Vos seguro que no, no qué va, si un perro no puede comprar nada, o acaso vos sí podés eh? perro tonto que no servís para nada, no servís. Yo te explico, te explico que fui yo quien compró esta frazada, sabés? Y te cuento cuando fuimos una vez a la playa, nosotros dos fuimos, no… vos no, él, yo y él, aquella vez que fuimos a la playa, y vos nada, ves que no entendés nada vos, si yo sé lo que digo… Cachito sos un perro tonto!
Ey! usté señora, oiga doña, señora, no tiene algo para mí? para mí y para Cachito, déle sea buena, algo para él no más, mire qué flaquito está, ey mire!
Que amarreta que es la gente, no Cachito?
Tenés hambre? já …cómo que no! Ayer fue? sí … esos fideos fríos que nos dejó la chica linda, esa rubiecita de azul, en la bandejita, no estaban tan mal, no qué va. Ah … y las galletitas de hoy también, pero a vos no te gustaron, sos fino vos? shhh… si yo te lo digo siempre, sos un perro tonto.
Esos sánguches de milanesa de la panadería de la vuelta, que llevábamos a la playa, ésos sí tenían arena, masticar arena es raro sabés? te suena en la cabeza un ruido horrible y no escuchás lo que decís mientras ese bochinche suena… no sé, a veces me pasa y no como arena, me zumba el marote...
Esas milanesas sí que estaban buenas! Y llevábamos mate también, vos sabés lo que es el mate Cachito? no…cómo vas a saber? un perro no toma mate, tampoco come milanesas, aunque vos sos medio finoli, antes comías milanesas che?
Señó señó! Tiene algo para darme? por favor señó.
La otra vez hacía calor, mucho calor, y se largó a llover, con todo! parecía que Diosito se había enojado con nosotros, y puede ser sabés? Entonces fuimos a un bar, él y yo fuimos, así mojados, chorreábamos todo, pero nadie nos dijo nada, nadie nos echó, parecía buena gente ésa, no nos miraron con cara rara, no no…
Ves? no como éste, mirá mirá Cachito éste cómo nos mira…
Eh! qué mirás vos? qué tengo che, tengo monos en la cara yo eh? Dejá Cachito, dejá que éste es un tonto, más tonto que vos.
En el bar no nos miraban, y nos dieron unas empanadas muy buenas, calentitas estaban, no, no nos dieron, las pagamos, él las pagó… claro, quién si no? Él me pagaba todo porque yo era una chica linda, sabés? qué, no me creés vos? y … sos tonto.
Acá estamos bien secos, qué suerte no? Estar mojado es feo, se pone todo pegajoso, el pelo, la ropa… Ahora acá está seco, sí, pero hace frío … y está duro también.
Chica! Tenés algo vos, algo para darme a mí? eh chica?
Qué duro es esto, sí, duro y frío. Esta vereda es dura y fría, a pesar de la frazada. Te acordás de esta frazada? La llevamos una vez a la playa, te acordás? Vos decías que se iba a llenar de arena y que después no se la íbamos a poder sacar, la arena, y yo insistí, menos mal que insistí porque si no nos hubiéramos muerto de frío, como ahora, en esta vereda dura.
Me acuerdo, también dijiste que no lleváramos al perro, no, no, al perro no, que no lleváramos las sillitas, sí éso, las sillitas, porque había que caminar mucho y a la vuelta vos ibas a tener que cargar con todo porque yo me iba a cansar enseguida como siempre.
Claro! no era al perro, si el perro está acá conmigo.
Y vos Cachito, vos también tenés frío no?
Cachito no contesta, pero yo sé que él también tiene frío, o no ven cómo se enroscó en la frazada? Eh! Cachito dejáme un poco de frazada che. No hay caso, Cachito ni se corre.
Ey! usté, sí usté señó, no tiene algo para darme? algo no más? mire que frío que hace acá, mire, ve? hace frío y está duro también, déle no tiene algo para mí? … sí, sí, gracias, gracias!
Estuvo bueno ese día en la playa, no? hacía calor y hacía viento también, sí mucho viento, por eso yo quería la frazada, y vos que no, por el viento … la arena con el viento, éso, se iba a llenar de arena , pero mirá mirá! no tiene arena la frazada, nada! ni un granito, limpita está pero no abriga, allá sí abrigaba pero acá no, por qué será che que acá no abriga eh?
La arena también era dura, te acordás Cachito? no… qué, qué te vas a acordar vos si no fuiste con nosotros a la playa. No que no fuiste vos? Cómo ibas a ir a la playa si estás acá ahora conmigo, claro! que tonta que soy.
Dale Cachito, movete un poco che, que yo también tengo derecho a usar la frazada, después de todo, quién la compró eh? quién? Vos seguro que no, no qué va, si un perro no puede comprar nada, o acaso vos sí podés eh? perro tonto que no servís para nada, no servís. Yo te explico, te explico que fui yo quien compró esta frazada, sabés? Y te cuento cuando fuimos una vez a la playa, nosotros dos fuimos, no… vos no, él, yo y él, aquella vez que fuimos a la playa, y vos nada, ves que no entendés nada vos, si yo sé lo que digo… Cachito sos un perro tonto!
Ey! usté señora, oiga doña, señora, no tiene algo para mí? para mí y para Cachito, déle sea buena, algo para él no más, mire qué flaquito está, ey mire!
Que amarreta que es la gente, no Cachito?
Tenés hambre? já …cómo que no! Ayer fue? sí … esos fideos fríos que nos dejó la chica linda, esa rubiecita de azul, en la bandejita, no estaban tan mal, no qué va. Ah … y las galletitas de hoy también, pero a vos no te gustaron, sos fino vos? shhh… si yo te lo digo siempre, sos un perro tonto.
Esos sánguches de milanesa de la panadería de la vuelta, que llevábamos a la playa, ésos sí tenían arena, masticar arena es raro sabés? te suena en la cabeza un ruido horrible y no escuchás lo que decís mientras ese bochinche suena… no sé, a veces me pasa y no como arena, me zumba el marote...
Esas milanesas sí que estaban buenas! Y llevábamos mate también, vos sabés lo que es el mate Cachito? no…cómo vas a saber? un perro no toma mate, tampoco come milanesas, aunque vos sos medio finoli, antes comías milanesas che?
Señó señó! Tiene algo para darme? por favor señó.
La otra vez hacía calor, mucho calor, y se largó a llover, con todo! parecía que Diosito se había enojado con nosotros, y puede ser sabés? Entonces fuimos a un bar, él y yo fuimos, así mojados, chorreábamos todo, pero nadie nos dijo nada, nadie nos echó, parecía buena gente ésa, no nos miraron con cara rara, no no…
Ves? no como éste, mirá mirá Cachito éste cómo nos mira…
Eh! qué mirás vos? qué tengo che, tengo monos en la cara yo eh? Dejá Cachito, dejá que éste es un tonto, más tonto que vos.
En el bar no nos miraban, y nos dieron unas empanadas muy buenas, calentitas estaban, no, no nos dieron, las pagamos, él las pagó… claro, quién si no? Él me pagaba todo porque yo era una chica linda, sabés? qué, no me creés vos? y … sos tonto.
Acá estamos bien secos, qué suerte no? Estar mojado es feo, se pone todo pegajoso, el pelo, la ropa… Ahora acá está seco, sí, pero hace frío … y está duro también.
Chica! Tenés algo vos, algo para darme a mí? eh chica?
martes, 20 de mayo de 2008
TRANSFORMACIONES
Mi cuerpo desnudo se recorta contra la pared, una sensual sombra negra sobre blanco. Mis cabellos despeinados dibujan una maraña simpática y una montañita a mis pies insinúa una pila de ropas desbrochadas con apuro. El piso de baldosas enfría mis nalgas y toda mi piel se estremece, sin embargo aún siento calor y la transpiración me surca, mi respiración se recupera lentamente y mis latidos se acompasan. Una tenue luz anaranjada entra por la ventana, fue una tarde fresca después de la lluvia del mediodía, apenas unas hilachas en el cielo y allá al fondo un menguante plateado anuncia que habrá estrellas esta noche.
El ruido de la ducha rebota en mis oídos, imagino el agua tibia resbalando por su cuerpo, normalizando su temperatura y neutralizando los olores. Me llama con su voz ronca, quiere que me bañe con él. El más profundo de mis deseos no puede resistirse a semejante tentación pero mis músculos no responden, me quedo inmóvil en el suelo fantaseando con su cuerpo mojado, y con el mío. Mi memoria lo recorre centímetro a centímetro, sin perder detalle, curvas, huequitos, los pelitos de su nuca se suavizan con el agua, sus cejas gotean y sus negras pestañas brillan como si las hubiera maquillado, los labios más rosados que nunca por el vapor, el vello de su pecho no pierde sus curvas, tampoco el de sus piernas, sin embargo su pelvis se alisa como la de un adolescente. Disfruto tanto con estas pequeñas transformaciones que sólo yo noto, es increíble pensar que conozco mejor su cuerpo que él mismo.
Vuelve a llamarme, no respondo. Me hago un bollito en el piso y sigo recorriéndolo. El jabón resbala por sus piernas firmes, hace espuma con sus manos y se enjabona la espalda y los glúteos, las axilas, el cuello, toma un sorbo de la ducha y lo escupe (por qué lo hará? es agua asquerosamente tibia), sacude la cabeza como un perrito y frota ambas manos en el rostro. El ritual concluye con un chorro de agua helada que él asegura que es una sana costumbre. Brrr...me da frío pensarlo. El sonido metálico de los ganchos corriendo sobre el barral. Agudizo mi oído y me llega el ruido seco de la toalla contra su piel. En pocos segundos más, sé que estará parado frente a mi, desnudo y fresco, husmeando mi rostro convencido de hallarme dormida, como tantas otras veces.
Me levantará en brazos y me llevará hasta la cama, suavemente, sin despertarme. Yo sonreiré sin mueca y él, satisfecho, me cubrirá con la sábana.
Mi cuerpo desnudo se recorta contra la pared, una sensual sombra negra sobre blanco. Mis cabellos despeinados dibujan una maraña simpática y una montañita a mis pies insinúa una pila de ropas desbrochadas con apuro. El piso de baldosas enfría mis nalgas y toda mi piel se estremece, sin embargo aún siento calor y la transpiración me surca, mi respiración se recupera lentamente y mis latidos se acompasan. Una tenue luz anaranjada entra por la ventana, fue una tarde fresca después de la lluvia del mediodía, apenas unas hilachas en el cielo y allá al fondo un menguante plateado anuncia que habrá estrellas esta noche.
El ruido de la ducha rebota en mis oídos, imagino el agua tibia resbalando por su cuerpo, normalizando su temperatura y neutralizando los olores. Me llama con su voz ronca, quiere que me bañe con él. El más profundo de mis deseos no puede resistirse a semejante tentación pero mis músculos no responden, me quedo inmóvil en el suelo fantaseando con su cuerpo mojado, y con el mío. Mi memoria lo recorre centímetro a centímetro, sin perder detalle, curvas, huequitos, los pelitos de su nuca se suavizan con el agua, sus cejas gotean y sus negras pestañas brillan como si las hubiera maquillado, los labios más rosados que nunca por el vapor, el vello de su pecho no pierde sus curvas, tampoco el de sus piernas, sin embargo su pelvis se alisa como la de un adolescente. Disfruto tanto con estas pequeñas transformaciones que sólo yo noto, es increíble pensar que conozco mejor su cuerpo que él mismo.
Vuelve a llamarme, no respondo. Me hago un bollito en el piso y sigo recorriéndolo. El jabón resbala por sus piernas firmes, hace espuma con sus manos y se enjabona la espalda y los glúteos, las axilas, el cuello, toma un sorbo de la ducha y lo escupe (por qué lo hará? es agua asquerosamente tibia), sacude la cabeza como un perrito y frota ambas manos en el rostro. El ritual concluye con un chorro de agua helada que él asegura que es una sana costumbre. Brrr...me da frío pensarlo. El sonido metálico de los ganchos corriendo sobre el barral. Agudizo mi oído y me llega el ruido seco de la toalla contra su piel. En pocos segundos más, sé que estará parado frente a mi, desnudo y fresco, husmeando mi rostro convencido de hallarme dormida, como tantas otras veces.
Me levantará en brazos y me llevará hasta la cama, suavemente, sin despertarme. Yo sonreiré sin mueca y él, satisfecho, me cubrirá con la sábana.
sábado, 17 de mayo de 2008
HUELLAS
Volví a sentir sus muslos en mis manos, como grabados en éllas. Es increíble cómo los recuerdos se pegan a la piel, aún después de mucho tiempo. Pero esta vez era diferente. No como la marca que llevo arriba de la ceja y que el borde de una hamaca dejó olvidada allí, o el huequito en la rodilla de cuando caí de un árbol en la casa de tía Nelly. Tampoco se parece al olor a masita tibia que salía de la fábrica de galletitas y que aún llevo en mi nariz desde el jardín de infantes, o el gusto a chicle tutti fruti que tenía la goma de borrar lápiz. Nada de éso. Esta vez es diferente.
Recuerdo que solíamos dormir acurrucados, la espalda de uno junto a la panza del otro, alternando los lugares. Cuando era yo quien lo abrazaba, mi mano derecha se deslizaba sobre su muslo derecho, de arriba a abajo y de abajo hacia arriba, como un lento masaje, pero ejerciendo una suave presión sobre sus carnes. Su piel era fresca y porosa, pero su cuerpo irradiaba un calor inusual, como si tuviera un calefactor dentro de él, era una sensación maravillosa. Sus piernas largas y musculosas me daban seguridad, sabía que esas piernas eran capaces de soportar cualquier cosa, de soportarlo todo. Podían caminar por horas, subir montañas, llevar el peso de su cuerpo toda una vida y dejarse acariciar, como en una mecedora, por mis manos. Un conjunto de imágenes, sensaciones, certezas, vienen a mí desde mis manos. Mis palmas con líneas que cuentan historias, mis dedos con huellas que hablan de mí, mis uñas cuidadas. Todo habla de mí, y de él. Me recuerda aquella unión. El encuentro bajo las sábanas, la humedad de la piel, la necesidad del contacto. Noches enteras,por meses,años.
Esta noche mis manos hablan de él, dibujan su cuerpo en la oscuridad bajo las mantas, en el silencio de la madrugada, en el recuerdo de los tiempos.
Mis manos hablan.
FIEL IMAGEN
El olor a leche tibia domina la cocina. Es una tarde como tantas, en esta Buenos Aires húmeda, que concentra olores y agudiza dolores. Le duele el brazo, detrás del codito, también le duele la pierna del mismo lado. En el espejo del baño se mira y ve una mancha verdosa y rojo oscuro al medio.
Siempre es igual, mamá quiere defenderme – piensa – pero papá es más fuerte, no es alto como el papá de Gustavito, pero es musculoso, tiene brazos gruesos y manos pesadas, y las uñas desparejas, que a veces rasguñan también.
Vuelve a la cocina y se sienta a tomar la leche, ya se enfrió. Agarra un cuchillo limpio del cajón, y delicadamente le saca la manteca al pan, limpia el filo con la miga, y unta mermelada, así le gusta más. No sabe bien por qué, pero la manteca le da asco, le recuerda a algo sucio. Deja la leche sin terminar y va nuevamente al baño. Cierra la puerta con llave, sabe que no hay nadie, pero por las dudas.
Se desviste, observa detenidamente su brazo, su pierna, el costado del tronco, ahí le duele bastante, se toca, aprieta, acá sí, acá no tanto, menos, sí justo acá. Busca en el botiquín las cremas de mamá, una que vió cómo élla se pone y le da color a la cara, el frasco de tapa azul, se unta el brazo, el moretón que duele, pero insiste, quiere ocultar esos verdes, pero no cubre, la crema no cubre. Servirá sólo para la cara? – se pregunta -. En la pierna tiene un raspón, uno de tantos, y en el costado izquierdo, debajo de las costillas, ahí no ve nada pero es donde más le duele, también se unta ahí, quizá alivie, pero no, tampoco sirve para éso la crema.
Acaricia la bata de mamá, tiene perfumito, y éso le gusta, se la prueba. Se mira al espejo y ve su parecido con élla, y un poco más con su tía Cristina, la hermana menor, la más flaca de todas, es su fiel imagen, así con la bata. Se tira el pelo para atrás, se lo ajusta con las manos, sí, se parece mucho a la tía.
Un impulso, y sin saber cómo ni por qué, se empieza a probar los maquillajes, desordenadamente, un rubor en las mejillas, un polvo azulado en los párpados, prueba un color de labios y encima otro, más rojo, la boca le queda chingada y con gusto feo, se lo quiere sacar con la mano y es peor, una mueca de disfraz le atraviesa el rostro, frota con fuerza, frota más, ahora el rojo de la irritación se superpone al labial, y la vergüenza al dolor.
Quiere lavarse todo, rápido, antes que ella vuelva del almacén. Tira un frasco, se derrama algo espeso, oscuro, no sabe qué es ni cómo limpiarlo, es pegajoso.
Escucha la puerta. Las manitos se le ponen más torpes, nada vuelve a su lugar, al de antes, como si el botiquín fuera más chico.
La voz de la madre le da terror. Ella insiste “dónde estás Julito, no estarás haciendo lío, no? mirá que cuando llegue tu padre... Julito!”.
El olor a leche tibia domina la cocina. Es una tarde como tantas, en esta Buenos Aires húmeda, que concentra olores y agudiza dolores. Le duele el brazo, detrás del codito, también le duele la pierna del mismo lado. En el espejo del baño se mira y ve una mancha verdosa y rojo oscuro al medio.
Siempre es igual, mamá quiere defenderme – piensa – pero papá es más fuerte, no es alto como el papá de Gustavito, pero es musculoso, tiene brazos gruesos y manos pesadas, y las uñas desparejas, que a veces rasguñan también.
Vuelve a la cocina y se sienta a tomar la leche, ya se enfrió. Agarra un cuchillo limpio del cajón, y delicadamente le saca la manteca al pan, limpia el filo con la miga, y unta mermelada, así le gusta más. No sabe bien por qué, pero la manteca le da asco, le recuerda a algo sucio. Deja la leche sin terminar y va nuevamente al baño. Cierra la puerta con llave, sabe que no hay nadie, pero por las dudas.
Se desviste, observa detenidamente su brazo, su pierna, el costado del tronco, ahí le duele bastante, se toca, aprieta, acá sí, acá no tanto, menos, sí justo acá. Busca en el botiquín las cremas de mamá, una que vió cómo élla se pone y le da color a la cara, el frasco de tapa azul, se unta el brazo, el moretón que duele, pero insiste, quiere ocultar esos verdes, pero no cubre, la crema no cubre. Servirá sólo para la cara? – se pregunta -. En la pierna tiene un raspón, uno de tantos, y en el costado izquierdo, debajo de las costillas, ahí no ve nada pero es donde más le duele, también se unta ahí, quizá alivie, pero no, tampoco sirve para éso la crema.
Acaricia la bata de mamá, tiene perfumito, y éso le gusta, se la prueba. Se mira al espejo y ve su parecido con élla, y un poco más con su tía Cristina, la hermana menor, la más flaca de todas, es su fiel imagen, así con la bata. Se tira el pelo para atrás, se lo ajusta con las manos, sí, se parece mucho a la tía.
Un impulso, y sin saber cómo ni por qué, se empieza a probar los maquillajes, desordenadamente, un rubor en las mejillas, un polvo azulado en los párpados, prueba un color de labios y encima otro, más rojo, la boca le queda chingada y con gusto feo, se lo quiere sacar con la mano y es peor, una mueca de disfraz le atraviesa el rostro, frota con fuerza, frota más, ahora el rojo de la irritación se superpone al labial, y la vergüenza al dolor.
Quiere lavarse todo, rápido, antes que ella vuelva del almacén. Tira un frasco, se derrama algo espeso, oscuro, no sabe qué es ni cómo limpiarlo, es pegajoso.
Escucha la puerta. Las manitos se le ponen más torpes, nada vuelve a su lugar, al de antes, como si el botiquín fuera más chico.
La voz de la madre le da terror. Ella insiste “dónde estás Julito, no estarás haciendo lío, no? mirá que cuando llegue tu padre... Julito!”.
jueves, 15 de mayo de 2008
LA HABANA QUERIDA
Parecen postales, algunas armadas para la foto - como la del casamiento - pero no, son auténticas, espontáneas, así es La Habana...
Parecen postales, algunas armadas para la foto - como la del casamiento - pero no, son auténticas, espontáneas, así es La Habana...
tengo tantas imágenes de esa ciudad tan alegre y musical!
otro día, en otra entrada ... subiré más imágenes, aunque las mejores están en mi retina.
Ayer y siempre
Habana querida
Inusualmente blanco
Existe siempre la posibilidad de que algo inusual suceda, claro que muy de tanto en tanto. Si sucediera seguido, dejaría de ser inusual. Si no sucediera nunca, no sería posible. En fin, casualidad o causalidad mediante, el asunto es que tuvimos una experiencia muy poco común. Tanto es así que hacía 90 años que no ocurría. Ya se habrán dado cuenta de qué estoy hablando… nevó en Buenos Aires!
Efectivamente, la última vez que nevó en Buenos Aires fue en 1918, a Julio del 2007 hagan la cuenta, tan sólo 89 añitos, toda una vida! incluso más que muchas vidas. Y tuvimos el privilegio de vivirlo, piensen en estos últimos noventa años, cuántos y cuántos no tuvieron la fortuna de ver nevar en nuestra ciudad, o acaso en ningún lado, cuántos jamás llegaron a ver la nieve, ni en figuritas. En cambio ustedes y yo estuvimos en el sitio justo y en el momento indicado.
No daba crédito a mis ojos, veía, sí, caer los copitos lentamente, blancuzcos, semi transparentes, contoneándose de derecha a izquierda, derecha izquierda, muy suavemente, jugando con el aire, cayendo muuuy lentamente, sin ruido… y al llegar al pastito - a ese pasto tiernito que planté hace poco, pasto de invierno de un verde tan brillante – al llegar ese copito se hacía agua, un charquito de agua helada. Esto fue así al comienzo, pero al rato empezaron a caer más y más copitos, y cada vez más grandes y ya no se contoneaban tanto, eran más pesados y llegaban al piso un poco más rápido, entonces ya no se derretían sino que se empezaban a acumular, unos sobre otros, y a formar una superficie cada vez más blanca, blanca y compacta, y todo empezó a cubrirse de blanco.
El pasto ya no era verde, ni brillante, el alero de chapa rojo de la entrada, tampoco era rojo, ni los alféizares de las ventanas… y la paja del quincho, esa paja de triste marrón gastado se volvió blanca. Los árboles, de copas redondas, o de largas ramas peladas (ninguna conífera hay en el barrio) también se volvieron blancos, los arbustos, las plantitas, alguna que otra flor que asomaba fuera de estación… todo fue blanco, inusualmente blanco.
Seguí mirando por la ventana, sin perder la fascinación, cuando la panza empezó a hacerme ruidos raros, nerviosos, alegres, y me vino a la mente un recuerdo lejano de niñez, plagado de inocencia y entusiasmo: la mañana de un 6 de Enero, muy temprano, levantándome sin remolonear, corriendo descalza a la ventana, donde junto a mis zapatos y a los de mi hermano, más un tarrito con pastito tierno, otro con agua para los camellos, y una palangana para que hicieran pipí! (sí, yo era muy estricta al respecto “ si todos les damos agua, pobrecitos, dónde van a hacer su pipí?”), en fin, junto a todas aquellas cosas, dispuestas como en santuario … sí! estaban los regalos! varios paquetes, grandes, pequeños, con lindos envoltorios de colores y moños, que intentaban dar respuesta a todos aquellos pedidos por escrito, interceptados siempre por mamá y papá (nunca tuvimos la certeza de esto, aunque sí la sospecha)y que siempre, más cercanos o más lejanos a nuestros pedidos, nos dejaban boquiabiertos, con una felicidad desbordante que nos llevaba a jugar y jugar compulsivamente con nuestro nuevo chiche hasta llegar, en más de una oportunidad, a romperlo o consumirlo, según se tratara, padeciendo así un profundísimo, incalculable, incontenible, sentimiento de decepción…
Pero lo común, lo que solía suceder, año a año, era una mañana de felicidad plena que se prolongaba por horas y horas, días, hasta que algún otro evento, un cumpleaños, una fiestita, las vacaciones, reemplazaban la ilusión.
Así, con ese “bienestar” estomacal, recuperado del arcón de los recuerdos, decidí abrigarme bien y salir a la calle a recibir la nieve con mis manos, dibujar con mis botas algún muñequito en el pasto y sacudir unas ramas, jugando a espolvorear la vereda…
La sorpresa fue grande, al ver a muchos de mis vecinos correteando por ahí, con los hijos, perros, celular en mano sacando instantáneas de un evento único e irrepetible a lo largo de una vida, fue una helada tarde de alegrías, un reencuentro con la niñez dormida.
Lamentablemente no pude sacar fotos aquel día, aún no tengo cámara digital y no tenía rollo.
Quién sabe, tal vez este invierno vuelva a nevar en Buenos Aires...
Existe siempre la posibilidad de que algo inusual suceda, claro que muy de tanto en tanto. Si sucediera seguido, dejaría de ser inusual. Si no sucediera nunca, no sería posible. En fin, casualidad o causalidad mediante, el asunto es que tuvimos una experiencia muy poco común. Tanto es así que hacía 90 años que no ocurría. Ya se habrán dado cuenta de qué estoy hablando… nevó en Buenos Aires!
Efectivamente, la última vez que nevó en Buenos Aires fue en 1918, a Julio del 2007 hagan la cuenta, tan sólo 89 añitos, toda una vida! incluso más que muchas vidas. Y tuvimos el privilegio de vivirlo, piensen en estos últimos noventa años, cuántos y cuántos no tuvieron la fortuna de ver nevar en nuestra ciudad, o acaso en ningún lado, cuántos jamás llegaron a ver la nieve, ni en figuritas. En cambio ustedes y yo estuvimos en el sitio justo y en el momento indicado.
No daba crédito a mis ojos, veía, sí, caer los copitos lentamente, blancuzcos, semi transparentes, contoneándose de derecha a izquierda, derecha izquierda, muy suavemente, jugando con el aire, cayendo muuuy lentamente, sin ruido… y al llegar al pastito - a ese pasto tiernito que planté hace poco, pasto de invierno de un verde tan brillante – al llegar ese copito se hacía agua, un charquito de agua helada. Esto fue así al comienzo, pero al rato empezaron a caer más y más copitos, y cada vez más grandes y ya no se contoneaban tanto, eran más pesados y llegaban al piso un poco más rápido, entonces ya no se derretían sino que se empezaban a acumular, unos sobre otros, y a formar una superficie cada vez más blanca, blanca y compacta, y todo empezó a cubrirse de blanco.
El pasto ya no era verde, ni brillante, el alero de chapa rojo de la entrada, tampoco era rojo, ni los alféizares de las ventanas… y la paja del quincho, esa paja de triste marrón gastado se volvió blanca. Los árboles, de copas redondas, o de largas ramas peladas (ninguna conífera hay en el barrio) también se volvieron blancos, los arbustos, las plantitas, alguna que otra flor que asomaba fuera de estación… todo fue blanco, inusualmente blanco.
Seguí mirando por la ventana, sin perder la fascinación, cuando la panza empezó a hacerme ruidos raros, nerviosos, alegres, y me vino a la mente un recuerdo lejano de niñez, plagado de inocencia y entusiasmo: la mañana de un 6 de Enero, muy temprano, levantándome sin remolonear, corriendo descalza a la ventana, donde junto a mis zapatos y a los de mi hermano, más un tarrito con pastito tierno, otro con agua para los camellos, y una palangana para que hicieran pipí! (sí, yo era muy estricta al respecto “ si todos les damos agua, pobrecitos, dónde van a hacer su pipí?”), en fin, junto a todas aquellas cosas, dispuestas como en santuario … sí! estaban los regalos! varios paquetes, grandes, pequeños, con lindos envoltorios de colores y moños, que intentaban dar respuesta a todos aquellos pedidos por escrito, interceptados siempre por mamá y papá (nunca tuvimos la certeza de esto, aunque sí la sospecha)y que siempre, más cercanos o más lejanos a nuestros pedidos, nos dejaban boquiabiertos, con una felicidad desbordante que nos llevaba a jugar y jugar compulsivamente con nuestro nuevo chiche hasta llegar, en más de una oportunidad, a romperlo o consumirlo, según se tratara, padeciendo así un profundísimo, incalculable, incontenible, sentimiento de decepción…
Pero lo común, lo que solía suceder, año a año, era una mañana de felicidad plena que se prolongaba por horas y horas, días, hasta que algún otro evento, un cumpleaños, una fiestita, las vacaciones, reemplazaban la ilusión.
Así, con ese “bienestar” estomacal, recuperado del arcón de los recuerdos, decidí abrigarme bien y salir a la calle a recibir la nieve con mis manos, dibujar con mis botas algún muñequito en el pasto y sacudir unas ramas, jugando a espolvorear la vereda…
La sorpresa fue grande, al ver a muchos de mis vecinos correteando por ahí, con los hijos, perros, celular en mano sacando instantáneas de un evento único e irrepetible a lo largo de una vida, fue una helada tarde de alegrías, un reencuentro con la niñez dormida.
Lamentablemente no pude sacar fotos aquel día, aún no tengo cámara digital y no tenía rollo.
Quién sabe, tal vez este invierno vuelva a nevar en Buenos Aires...
DESTELLO
Lo primero que vi fue su nuca. Gruesa, varonil.
Cabello oscuro, corto y rizado.
Al mirarme lo hizo de un modo único, el habitual en él.
Me paralizó.
El destello verde de esos ojos oscuros me trajeron el recuerdo de alguien (hace tiempo) sensual, erótico.
Después de aquella imagen todo cambió.
Necesité seguirlo, al menos con la mirada, solapada.
Olerlo. Presentirlo.
Se acomodó en el asiento delantero, pude ver sus manos delicadas, sus uñas cuidadas.
Y todo un mundo de fantasías se abrió en ese instante…
… sus dedos enredándose en mi cabello, rozando mi cuello, su aliento tibio… Fue una bella sensación en la que me mecía al ritmo del vehículo que nos trasladaba a ambos, juntos (y a tantos otros que quedaron fuera de ese sueño).
Acaso me dormí?
La imagen se instaló en mi vigilia, no pude correrla.
No quise hacerlo.
Hasta que aquel destello verde
se desvaneció.
Lo primero que vi fue su nuca. Gruesa, varonil.
Cabello oscuro, corto y rizado.
Al mirarme lo hizo de un modo único, el habitual en él.
Me paralizó.
El destello verde de esos ojos oscuros me trajeron el recuerdo de alguien (hace tiempo) sensual, erótico.
Después de aquella imagen todo cambió.
Necesité seguirlo, al menos con la mirada, solapada.
Olerlo. Presentirlo.
Se acomodó en el asiento delantero, pude ver sus manos delicadas, sus uñas cuidadas.
Y todo un mundo de fantasías se abrió en ese instante…
… sus dedos enredándose en mi cabello, rozando mi cuello, su aliento tibio… Fue una bella sensación en la que me mecía al ritmo del vehículo que nos trasladaba a ambos, juntos (y a tantos otros que quedaron fuera de ese sueño).
Acaso me dormí?
La imagen se instaló en mi vigilia, no pude correrla.
No quise hacerlo.
Hasta que aquel destello verde
se desvaneció.
domingo, 11 de mayo de 2008
TODAS PROBADAS
Una oportunidad única, inigualable! Usted no puede dejarla pasar. Puede mirar, probar, sin compromiso de compra...
Tres lapiceras, dos azules y una negra, y una libretita, con espiral, formato esquela, 50 hojas cuadriculadas (?), tapas de colores vistosos, estampados, a rayas, todo prolijamente envuelto en una bolsita de nylon, listo para regalar... sellada con un trocito de cinta scotch, que alguien tuvo que pegar y embolsar y elegir y probar.
Sólo por un peso, uum pesiiitoo! Nada más!
Las biromes viajaron desde el lejano oriente, al sudeste, tierra de tsunamis, “Krakatoa al este de Java”, famosa producción hollywoodense, con Katherine Hepburn, o era Ingrid Bergman? y un famoso buen mozo de la época dorada, Tyron Power o Montgomery Clift, lo mismo da, de las primeras del género catástrofe, irrupción violentísima del volcán, toda la isla bajo lava y sus bellos protagonistas, salvando las vidas de los lugareños, y las propias, sin perder sonrisa, ni compostura. Éso era romance y aventura! Recordar las tardes de “Cine de súper acción” hace más llevadero mi viaje, éste, el de todos los días, poco romance, poca aventura.
Tooodo por un pesito…..
El block, en cambio, hecho en casa, celulosa argentina presente!, contaminación ambiental y cortes de ruta, intereses extranjeros, desintereses nacionales, aventura también, del subdesarrollo siglo XXI.
No se lo pierda, señora, señor, para el estudiante, el ama de casa, las tareas del colegio o del hogar, imprescindible! Umm pesito!
Quién le paga a los coreanos o malasios, de dónde sale la tinta, azul o negra a elección, los containers, el transatlántico o transoceánico, aduanas, dirigentes gremiales, cientos de vendedores ambulantes, pasillos de trenes y andenes, atestados de gentes, que van y vienen, trabajan, estudian, duermen. Todo por un pesito, un peso argentino, centavos de dólar, milésimas de yen.
Cuántos compran por vagón? por necesidad, curiosidad, aburrimiento. Quién escribe qué a quién. Avioncitos de papel cuadriculado, con alerón direccional, ya nadie hace de ésos, de ninguno, no se juega con avioncitos, ni barquitos. El origami es un arte oriental pero no lo exportan, sólo biromes, con tinta seca de tanto viaje, azul o negra, lo mismo da, son grises, por un rato, unas hojas, no más.
Una monedita nada más. Todas probadas, sin compromiso de compra.
Una oportunidad única, inigualable! Usted no puede dejarla pasar. Puede mirar, probar, sin compromiso de compra...
Tres lapiceras, dos azules y una negra, y una libretita, con espiral, formato esquela, 50 hojas cuadriculadas (?), tapas de colores vistosos, estampados, a rayas, todo prolijamente envuelto en una bolsita de nylon, listo para regalar... sellada con un trocito de cinta scotch, que alguien tuvo que pegar y embolsar y elegir y probar.
Sólo por un peso, uum pesiiitoo! Nada más!
Las biromes viajaron desde el lejano oriente, al sudeste, tierra de tsunamis, “Krakatoa al este de Java”, famosa producción hollywoodense, con Katherine Hepburn, o era Ingrid Bergman? y un famoso buen mozo de la época dorada, Tyron Power o Montgomery Clift, lo mismo da, de las primeras del género catástrofe, irrupción violentísima del volcán, toda la isla bajo lava y sus bellos protagonistas, salvando las vidas de los lugareños, y las propias, sin perder sonrisa, ni compostura. Éso era romance y aventura! Recordar las tardes de “Cine de súper acción” hace más llevadero mi viaje, éste, el de todos los días, poco romance, poca aventura.
Tooodo por un pesito…..
El block, en cambio, hecho en casa, celulosa argentina presente!, contaminación ambiental y cortes de ruta, intereses extranjeros, desintereses nacionales, aventura también, del subdesarrollo siglo XXI.
No se lo pierda, señora, señor, para el estudiante, el ama de casa, las tareas del colegio o del hogar, imprescindible! Umm pesito!
Quién le paga a los coreanos o malasios, de dónde sale la tinta, azul o negra a elección, los containers, el transatlántico o transoceánico, aduanas, dirigentes gremiales, cientos de vendedores ambulantes, pasillos de trenes y andenes, atestados de gentes, que van y vienen, trabajan, estudian, duermen. Todo por un pesito, un peso argentino, centavos de dólar, milésimas de yen.
Cuántos compran por vagón? por necesidad, curiosidad, aburrimiento. Quién escribe qué a quién. Avioncitos de papel cuadriculado, con alerón direccional, ya nadie hace de ésos, de ninguno, no se juega con avioncitos, ni barquitos. El origami es un arte oriental pero no lo exportan, sólo biromes, con tinta seca de tanto viaje, azul o negra, lo mismo da, son grises, por un rato, unas hojas, no más.
Una monedita nada más. Todas probadas, sin compromiso de compra.
TODO UN CABALLERO
Busco en el silencio de la noche el sonido del motor, esa moto que me dice que está llegando.
Él, con su larga cabellera negra, sus ojos penetrantes y sus labios que invitan a ser besados de noche y de día, en la vigilia y en el sueño, en todo tiempo y lugar.
Allá atrás en el tiempo hubiera sido el caballero perfecto, montado en su corcel negro, elegante y desafiante, valiente y sentimental, con un pañuelo de su doncella guardado cerca del pecho y una voluntad inquebrantable de vencer en todas las batallas, incluída la del amor.
Hoy los tiempos son otros, el caballero es joven y apuesto y su valentía reside en disfrutar de la vida día tras día.
Todas las noches me visita, llega entre sombras y viene a amarme.
Nos entregamos el uno al otro salvajemente, sin frenos, como animalitos ante el fuego atraídos por la luz y el calor pero temerosos ante su poder de destrucción.
Es tan bello, tanto. Su piel morena es tersa y joven, casi femenina. Su temperatura es perfecta, me obliga a tocarlo, apretar mi cuerpo contra el suyo y jugar a deslizarnos, resbalarnos, tomando formas extrañas como serpientes en celo. Su cuerpo está cubierto de un tupido bello negro que lo emparenta al más salvaje de los machos, sin embargo su tacto me habla de terciopelos delicados. A igual que su mirada oscuramente desafiante se transforma en la más tierna de las miradas cuando sus ojos se depositan en los míos.
Cada noche repetimos el ritual, y a pesar de las coincidencias, cada noche es única como la primera. Aunque llega sin avisar, algo en mí se alerta y lo espero tras la puerta, en el momento justo, no hay esperas. Siempre sonrientes nos abrazamos, somos felices anticipándonos al goce de nuestros cuerpos, nuestro deseo incontrolable de fundirnos en uno solo, una ficción hecha realidad por unas horas donde somos un solo cuerpo con dos cabezas y por momentos un solo pensamiento que se revuelca en dos cuerpos, como un monstruo horrendo o un animal herido, aullando hasta la afonía, llorando hasta secar las lágrimas, llegando hasta el final de nuestras fuerzas. Somos uno, dos, miles, todos los hombres y todas las mujeres están dentro nuestro queriendo salir, dominar o ser dominados. Crispadas las manos, los cuellos, nuestras venas cargadas de sangre que laten vertiginosas, la garganta se seca y el aliento se entrecorta, a mayor cansancio mayor pasión. Nuestros cuerpos responden como autómatas a los estímulos, saben magistralmente qué hacer, cómo moverse, anticipándose al otro o esperándolo. Nuestros fluídos se mezclan, sudor, semen, lágrimas. La pureza de los sentidos aflora, los olores, los sabores, el sutil temblor del músculo cansado que no se dará por vencido, que seguirá galopando por los tiempos de los tiempos, invencible en su negro corcel.
Mi caballero de ayer, de hoy, de siempre.
Busco en el silencio de la noche el sonido del motor, esa moto que me dice que está llegando.
Él, con su larga cabellera negra, sus ojos penetrantes y sus labios que invitan a ser besados de noche y de día, en la vigilia y en el sueño, en todo tiempo y lugar.
Allá atrás en el tiempo hubiera sido el caballero perfecto, montado en su corcel negro, elegante y desafiante, valiente y sentimental, con un pañuelo de su doncella guardado cerca del pecho y una voluntad inquebrantable de vencer en todas las batallas, incluída la del amor.
Hoy los tiempos son otros, el caballero es joven y apuesto y su valentía reside en disfrutar de la vida día tras día.
Todas las noches me visita, llega entre sombras y viene a amarme.
Nos entregamos el uno al otro salvajemente, sin frenos, como animalitos ante el fuego atraídos por la luz y el calor pero temerosos ante su poder de destrucción.
Es tan bello, tanto. Su piel morena es tersa y joven, casi femenina. Su temperatura es perfecta, me obliga a tocarlo, apretar mi cuerpo contra el suyo y jugar a deslizarnos, resbalarnos, tomando formas extrañas como serpientes en celo. Su cuerpo está cubierto de un tupido bello negro que lo emparenta al más salvaje de los machos, sin embargo su tacto me habla de terciopelos delicados. A igual que su mirada oscuramente desafiante se transforma en la más tierna de las miradas cuando sus ojos se depositan en los míos.
Cada noche repetimos el ritual, y a pesar de las coincidencias, cada noche es única como la primera. Aunque llega sin avisar, algo en mí se alerta y lo espero tras la puerta, en el momento justo, no hay esperas. Siempre sonrientes nos abrazamos, somos felices anticipándonos al goce de nuestros cuerpos, nuestro deseo incontrolable de fundirnos en uno solo, una ficción hecha realidad por unas horas donde somos un solo cuerpo con dos cabezas y por momentos un solo pensamiento que se revuelca en dos cuerpos, como un monstruo horrendo o un animal herido, aullando hasta la afonía, llorando hasta secar las lágrimas, llegando hasta el final de nuestras fuerzas. Somos uno, dos, miles, todos los hombres y todas las mujeres están dentro nuestro queriendo salir, dominar o ser dominados. Crispadas las manos, los cuellos, nuestras venas cargadas de sangre que laten vertiginosas, la garganta se seca y el aliento se entrecorta, a mayor cansancio mayor pasión. Nuestros cuerpos responden como autómatas a los estímulos, saben magistralmente qué hacer, cómo moverse, anticipándose al otro o esperándolo. Nuestros fluídos se mezclan, sudor, semen, lágrimas. La pureza de los sentidos aflora, los olores, los sabores, el sutil temblor del músculo cansado que no se dará por vencido, que seguirá galopando por los tiempos de los tiempos, invencible en su negro corcel.
Mi caballero de ayer, de hoy, de siempre.
martes, 6 de mayo de 2008
Esta tarde un amigo me obsequió "Ciudades invisibles" del genial Italo Calvino, acá va sólo una de éllas xq me gustó mucho mucho.
CLOE
En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen.Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros quepodrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, lascaricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzanun segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, ytambién un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer Vestida de negroque representa todos los años que tiene, los ojos inquietos bajo el velo ylos labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el peloblanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos,un intercambio de miradas como líneas que unen una figura con otra ydibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que en un instante todas lascombinaciones se agotan y otros personajes entran en escena: un ciego conun guepardo sujeto por una cadena, una cortesana con abanico de plumas deavestruz, un efebo, una mujer descomunal. Así entre quienes por casualidadse juntan bajo un soportal para guarecerse de la lluvia, o se apiñan debajodel toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, seconsuman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar unapalabra, sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos.Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de lasciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cadafantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia depersecuciones, de simulaciones, de malentendidos, de choques, deopresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.
ME RECUERDA A LA NET, ESTE ESPACIO DE FANTASIAS DONDE TODO ES POSIBLE SIN CONSUMARSE.
CLOE
En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen.Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros quepodrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, lascaricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzanun segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, ytambién un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer Vestida de negroque representa todos los años que tiene, los ojos inquietos bajo el velo ylos labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el peloblanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos,un intercambio de miradas como líneas que unen una figura con otra ydibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que en un instante todas lascombinaciones se agotan y otros personajes entran en escena: un ciego conun guepardo sujeto por una cadena, una cortesana con abanico de plumas deavestruz, un efebo, una mujer descomunal. Así entre quienes por casualidadse juntan bajo un soportal para guarecerse de la lluvia, o se apiñan debajodel toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, seconsuman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar unapalabra, sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos.Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de lasciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cadafantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia depersecuciones, de simulaciones, de malentendidos, de choques, deopresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.
ME RECUERDA A LA NET, ESTE ESPACIO DE FANTASIAS DONDE TODO ES POSIBLE SIN CONSUMARSE.
lunes, 5 de mayo de 2008
AL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS
Tomo aire por la boca, exhalo por nariz y boca, lentamente para no hacer muchas burbujas, que me dificultarían ver qué hay más allá, delante mío, siempre hacia adelante. Si acelero pierdo el ritmo y me agito, es cuando el borde queda lejos, muy lejos, y pensar en otra vuelta se hace casi imposible. Si me relajo, voy bien, me deslizo suave, llego y vuelvo otra vez. El agua está fresca pero es agradable, los músculos tibios. La lona del techo tiene algunos agujeros, se filtra el sol en rayos que penetran el agua y reflejan bajo el agua, los atravieso cuando nado, me siento transparente. Si hubiera un diamante en el fondo de la pileta, no podría verlo y quedaría allí por siglos. Vuelvo a mirar la lona, la sombra agigantada de un pajarito me recuerda a un ave rapaz, pronta a bajar en picada en busca de su presa. Por temor me sumerjo, me arrastro por el agua recordando a mi antepasado renacuajo. Soy feliz. Millones de años vienen a mí. Cuando la Tierra aún era magma y comenzaba su lento, casi eterno, proceso de enfriamiento, se cubrió de aguas, de vida, de seres de mil formas, tamaños, colores. Yo ya estuve allí. Vuelvo a salir a la superficie, la sombra ya voló, otro rayo de sol me atraviesa, pero soy de carne y hueso, mis carnes están tibias y empiezan a cansarse, mi respiración se agita. Tomo aire por la boca, exhalo por nariz y boca, lentamente, y sigo hacia el final, para volver a empezar.
Necesidad de escribir, de decir. Se puede decir sin palabras? Imposible escribir.
Ideas con palabras claras.
Claridad de la noche con luna o grises de un día nublado? Cuándo se ve mejor?
Diferentes conversaciones se superponen, voces agudas, graves, palabras esdrújulas. Sentidos mínimos de instantes. Recuerdo de algo repentino, se desvanece con la palabra. Qué palabra escoger?
cuál mejor? Cada ser humano tiene su palabra, no es su nombre.
El nombre es público, no íntimo. La palabra es del alma, como la música.
Hay palabras alegres. Hay gestos que entristecen.
Un afiche dice la palabra clave, impone una necesidad. Alguien responde.
El altoparlante del andén no dice a qué tren hay que subir, el aire deforma los sonidos, los sentidos.
Un grito alerta más que una sirena.
Ulises no enloqueció porque no escuchó. Qué fue de sus ingenuos navegantes?
En un mar de palabras, lograríamos entendernos? o nos ahogaríamos? Los hombres rudos, de pocas palabras, se vinculan a los mares y a las montañas. Voces de la Tierra, ríos subterráneos, volcanes, cascadas, ecos.
Nombramos a las cosas para conversar con éllas. Escribimos para comunicarnos con nuestro yo, que piensa en mil idiomas, que usa mil palabras.
La palabra escrita es superlativa, dice por encima de lo dicho. Sin embargo, para que el decir cobre sentido, hay que tener la palabra justa.
Ideas con palabras claras.
Claridad de la noche con luna o grises de un día nublado? Cuándo se ve mejor?
Diferentes conversaciones se superponen, voces agudas, graves, palabras esdrújulas. Sentidos mínimos de instantes. Recuerdo de algo repentino, se desvanece con la palabra. Qué palabra escoger?
cuál mejor? Cada ser humano tiene su palabra, no es su nombre.
El nombre es público, no íntimo. La palabra es del alma, como la música.
Hay palabras alegres. Hay gestos que entristecen.
Un afiche dice la palabra clave, impone una necesidad. Alguien responde.
El altoparlante del andén no dice a qué tren hay que subir, el aire deforma los sonidos, los sentidos.
Un grito alerta más que una sirena.
Ulises no enloqueció porque no escuchó. Qué fue de sus ingenuos navegantes?
En un mar de palabras, lograríamos entendernos? o nos ahogaríamos? Los hombres rudos, de pocas palabras, se vinculan a los mares y a las montañas. Voces de la Tierra, ríos subterráneos, volcanes, cascadas, ecos.
Nombramos a las cosas para conversar con éllas. Escribimos para comunicarnos con nuestro yo, que piensa en mil idiomas, que usa mil palabras.
La palabra escrita es superlativa, dice por encima de lo dicho. Sin embargo, para que el decir cobre sentido, hay que tener la palabra justa.
jueves, 1 de mayo de 2008
CARINYU
Gotas de rocío ruedan sobre su piel morena, delineando sus curvas, iluminando sus carnes voluminosamente jóvenes y ardientes.
Gotas de rocío ruedan sobre su piel morena, delineando sus curvas, iluminando sus carnes voluminosamente jóvenes y ardientes.
La mirada de Carinyú es torva, el negro de sus ojos habla de largas noches de soledad en compañía de tantos, hombres jóvenes, viejos, fuertes y temerarios unos, débiles y enfermos otros.
El silencio es su marca de nacimiento, apenas unas palabras, las imprescindibles. Si hasta cuentan que ni lloró al nacer, silenciosa entró a la vida, y silenciosa la transita.
Sus pechos campanean anunciando encuentros furtivos, sedientos, y sus pezones duros como el mármol denuncian a gritos su juventud. Joven aún para amar, vieja ya para ser amada.
Sus pechos campanean anunciando encuentros furtivos, sedientos, y sus pezones duros como el mármol denuncian a gritos su juventud. Joven aún para amar, vieja ya para ser amada.
Carinyú es mulata, y tiene cuerpo de mulata, voluptuosa y firme, ardiente y distante.
La música suena estridente detrás de la cortina roja y raída que cuelga allí atrás. Es un son caribeño que patina desafinado en un gastado casette, y Carinyú lo baila lenta, muy lentamente. Sus caderas invitan a adentrarse en ellas, y hundirse en oscuras profundidades, naufragando entre el placer y el desdén con impetuosa entrega.
Al verla me pregunto, qué edad tendrás Carinyú? muchas, todas. Ella es niña mujer joven anciana a la vez. Junto a ella uno se transforma, joven inexperto, hombre entrenado, otras anciano, te sorprende cada vez.
La música suena estridente detrás de la cortina roja y raída que cuelga allí atrás. Es un son caribeño que patina desafinado en un gastado casette, y Carinyú lo baila lenta, muy lentamente. Sus caderas invitan a adentrarse en ellas, y hundirse en oscuras profundidades, naufragando entre el placer y el desdén con impetuosa entrega.
Al verla me pregunto, qué edad tendrás Carinyú? muchas, todas. Ella es niña mujer joven anciana a la vez. Junto a ella uno se transforma, joven inexperto, hombre entrenado, otras anciano, te sorprende cada vez.
Junto a ella todo es novedad y misterio.
Su olor es intenso, agridulce, su sudor te embriaga hasta perder el control, y allí, en ese éxtasis te perdes en ella, te desintegras, y ya no sos vos, sos otro que naufraga pleno de placer, naufraga en sus oscuridades, sus secretos, sus eternos misterios.
Carinyú te devora lentamente, dulcemente, y luego te expulsa impiadosa a una soledad sin fin, un vacío eterno, como madre que abandona a su virgen niño.
Así de cruel es Carinyú.
Así de cruel es Carinyú.
ZAPATOS ROSADOS
Sólo veo mis pies. Pasos cortitos, pies cortitos. Estos zapatos los tengo hace años, se ven deslucidos, de un rosa gastado casi color piel que no resalta con nada y que combina con todo (quizá por éso los uso tanto), son cómodos, punta redonda, horma ancha, taco bajo, ideales para caminar mucho. Como hoy.
Sólo veo mis pies. Primero uno, luego el otro, las puntas curvadas levemente hacia adentro, uno, el otro. Puntas rosadas sobre una línea recta blanca, ancha, plena, es la senda peatonal.
Mis zapatos caminan sobre élla siguiendo su rectitud que me obliga, me ordena a no desviarme ni un poquito.
Sólo mis pies y la línea blanca. Sigo. Sigo andando, pasitos cortos pero decididos, en franca línea severa, blanca, plena.
Una vez más la punta de mi zapato avanza, la línea ya no está allí, sólo hay un ángulo de 90º, un ángulo perfecto, y nuevamente la línea. Sigue recta y blanca, sobre la fachada del edificio, decorándolo. Sigue hacia abajo, a 90º hacia abajo.
Mis zapatos rosa gastado siguen con élla, bajando, con total disciplina. Hacia abajo, en caída libre. Bien abajo.
Sólo veo mis pies. Pasos cortitos, pies cortitos. Estos zapatos los tengo hace años, se ven deslucidos, de un rosa gastado casi color piel que no resalta con nada y que combina con todo (quizá por éso los uso tanto), son cómodos, punta redonda, horma ancha, taco bajo, ideales para caminar mucho. Como hoy.
Sólo veo mis pies. Primero uno, luego el otro, las puntas curvadas levemente hacia adentro, uno, el otro. Puntas rosadas sobre una línea recta blanca, ancha, plena, es la senda peatonal.
Mis zapatos caminan sobre élla siguiendo su rectitud que me obliga, me ordena a no desviarme ni un poquito.
Sólo mis pies y la línea blanca. Sigo. Sigo andando, pasitos cortos pero decididos, en franca línea severa, blanca, plena.
Una vez más la punta de mi zapato avanza, la línea ya no está allí, sólo hay un ángulo de 90º, un ángulo perfecto, y nuevamente la línea. Sigue recta y blanca, sobre la fachada del edificio, decorándolo. Sigue hacia abajo, a 90º hacia abajo.
Mis zapatos rosa gastado siguen con élla, bajando, con total disciplina. Hacia abajo, en caída libre. Bien abajo.
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