otoño en germania
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domingo, 28 de diciembre de 2008
lunes, 8 de diciembre de 2008
NOCHE CARIBEÑA
Tanta humedad hoy, que hasta el papel suda, y resbala la lapicera.
Todo transpira aquí, la gente, las plantas, la calle. Los adoquines patinan, y al patinar mis ojos miran el cielo, plagado de estrellas que destellan junto a unos ojos negros en un rostro moreno, rostro brilloso que suda, igual que Cartagena.
Él hace malabares para ganarse el pan, aquí frente a mí, en esta placita poblada de paseantes, comensales, turistas intentando encontrar la brisa que se perdió dentro de las casas. Un resplandor infantil hay en sus ojos de anciano, goza con sus propias piruetas, festejándose cada malabar con un “eah eah”… “muy bien, sí, así”… sosteniendo en alto junto a los bastones su autoestima, recuerdo de glorias pasadas viajando de aquí a allá junto a un circo de pueblo.
Logra captar la atención de todos, y nos arranca una sonrisa. Nos contagiamos de su entusiasmo y aplaudimos pidiendo más.
Y él cumple, se anima a todo y nos regala sus piruetas preferidas, aquéllas que guardó largo tiempo a la espera de un día especial, diferente a todos, que valga la pena ser recordado, y algo le dice a este hombre de la calle que el momento llegó. Nos deleita con giros, saltos y pasos que exigen la destreza y coordinación de un cuerpo joven, sin embargo, por una noche olvida su edad, se siente un muchacho, se sabe niño, y nosotros con él.
Agradecerle esta magia con una moneda es poco, demasiado poco. Tal vez recordarlo, sea la mejor recompensa.
…en una noche calurosa, en una plaza en Cartagena, los ojos de un anciano brillaron de felicidad frente a mí.
Tanta humedad hoy, que hasta el papel suda, y resbala la lapicera.
Todo transpira aquí, la gente, las plantas, la calle. Los adoquines patinan, y al patinar mis ojos miran el cielo, plagado de estrellas que destellan junto a unos ojos negros en un rostro moreno, rostro brilloso que suda, igual que Cartagena.
Él hace malabares para ganarse el pan, aquí frente a mí, en esta placita poblada de paseantes, comensales, turistas intentando encontrar la brisa que se perdió dentro de las casas. Un resplandor infantil hay en sus ojos de anciano, goza con sus propias piruetas, festejándose cada malabar con un “eah eah”… “muy bien, sí, así”… sosteniendo en alto junto a los bastones su autoestima, recuerdo de glorias pasadas viajando de aquí a allá junto a un circo de pueblo.
Logra captar la atención de todos, y nos arranca una sonrisa. Nos contagiamos de su entusiasmo y aplaudimos pidiendo más.
Y él cumple, se anima a todo y nos regala sus piruetas preferidas, aquéllas que guardó largo tiempo a la espera de un día especial, diferente a todos, que valga la pena ser recordado, y algo le dice a este hombre de la calle que el momento llegó. Nos deleita con giros, saltos y pasos que exigen la destreza y coordinación de un cuerpo joven, sin embargo, por una noche olvida su edad, se siente un muchacho, se sabe niño, y nosotros con él.
Agradecerle esta magia con una moneda es poco, demasiado poco. Tal vez recordarlo, sea la mejor recompensa.
…en una noche calurosa, en una plaza en Cartagena, los ojos de un anciano brillaron de felicidad frente a mí.
lunes, 3 de noviembre de 2008
EX-FERROCARRIL ROCA
El hombre del tren
Todo en él es tan violento que no provoca compasión.
Su pierna cercenada arriba de la rodilla es violenta, como la mugre de sus ropas y su pestilencia.
Sus ojos rojos de alcohol discuten con la baba gris que gotea de sus labios, saliva que no recuerda el sabor dulce de los duraznos de verano.
Violento es, el dolor dibujado en su rostro, tallado en su frente en surcos tan profundos donde se podría sembrar… ya no esperanzas, ni deseos, ni futuro alguno.
Él nos increpa, nos exige una moneda de 10 centavos, de las más pequeñas que nada valen, y sin embargo, lo significan todo.
Alguien osará, acaso, darle a este hombre una moneda, pequeña o grande lo mismo da. Alguien responderá a tanta violencia con unos céntimos de compasión.
El hombre del tren II
(Podría ser el mismo hombre, pero no lo es. Éste es otro día, otro viaje.)
El egoísmo está en todos nosotros, pienso.
Me pregunto si darle algo, y me respondo que no se va a dar cuenta o, peor, lo va a gastar en alcohol, es al pepe me digo… una vez más, pienso en mí.
Tropieza, hace malabares para estar en pie, compitiendo con el bamboleo del vagón, casi cae, que no, que si, milagrosamente sigue en pie, como si los milagros se hicieran carne de su carne, sangre de su sangre. Se ríe, ríe de sí, se sabe borracho y juega con su cuerpo, mueve sus brazos extendidos cual alas a los costados del cuerpo, juega a volar, lejos, lejos de este suelo, del sucio piso del vagón, de los escalones gastados de estación, del techo con goteras del andén.
Se ríe con carcajada sonora, se acerca a un policía de uniforme gris y lo abraza “ qué hacés, tío?” le dice, el poli se sonríe y con discreción se lo saca de encima, sólo eso.
Ja! ja! ja! ja! resuena insolente y subversiva.
El hombre del tren
Todo en él es tan violento que no provoca compasión.
Su pierna cercenada arriba de la rodilla es violenta, como la mugre de sus ropas y su pestilencia.
Sus ojos rojos de alcohol discuten con la baba gris que gotea de sus labios, saliva que no recuerda el sabor dulce de los duraznos de verano.
Violento es, el dolor dibujado en su rostro, tallado en su frente en surcos tan profundos donde se podría sembrar… ya no esperanzas, ni deseos, ni futuro alguno.
Él nos increpa, nos exige una moneda de 10 centavos, de las más pequeñas que nada valen, y sin embargo, lo significan todo.
Alguien osará, acaso, darle a este hombre una moneda, pequeña o grande lo mismo da. Alguien responderá a tanta violencia con unos céntimos de compasión.
El hombre del tren II
(Podría ser el mismo hombre, pero no lo es. Éste es otro día, otro viaje.)
El egoísmo está en todos nosotros, pienso.
Me pregunto si darle algo, y me respondo que no se va a dar cuenta o, peor, lo va a gastar en alcohol, es al pepe me digo… una vez más, pienso en mí.
Tropieza, hace malabares para estar en pie, compitiendo con el bamboleo del vagón, casi cae, que no, que si, milagrosamente sigue en pie, como si los milagros se hicieran carne de su carne, sangre de su sangre. Se ríe, ríe de sí, se sabe borracho y juega con su cuerpo, mueve sus brazos extendidos cual alas a los costados del cuerpo, juega a volar, lejos, lejos de este suelo, del sucio piso del vagón, de los escalones gastados de estación, del techo con goteras del andén.
Se ríe con carcajada sonora, se acerca a un policía de uniforme gris y lo abraza “ qué hacés, tío?” le dice, el poli se sonríe y con discreción se lo saca de encima, sólo eso.
Ja! ja! ja! ja! resuena insolente y subversiva.
viernes, 24 de octubre de 2008
lunes, 14 de julio de 2008
domingo, 13 de julio de 2008
sábado, 12 de julio de 2008
Sin aliento
Crines negras galopan al son de cascabeles en la cara de mi abuela española y en su abanico a lunares destellos que se apagan abismo del yo entre los soñado y lo recordado lo recreado del recuerdo el deseo de haber sido una cara morena con sonrisa blanca baila alrededor gira tropieza y cae al fondo profundo de luz rojiza que inunda el jardín de flores pequeñas azules perfumadas como rosas violáceas que una novia con largo velo radiante pisa y sangra llora un caballito pequeño de madera blanca la consuela baila en su mano ella ríe descansa en su lecho es de noche cerrada la luna irradia luz violeta sombras blancas me despiertan es de día y el cansancio de un largo viaje enterrado en arenas grises todo lo desvanece.
Crines negras galopan al son de cascabeles en la cara de mi abuela española y en su abanico a lunares destellos que se apagan abismo del yo entre los soñado y lo recordado lo recreado del recuerdo el deseo de haber sido una cara morena con sonrisa blanca baila alrededor gira tropieza y cae al fondo profundo de luz rojiza que inunda el jardín de flores pequeñas azules perfumadas como rosas violáceas que una novia con largo velo radiante pisa y sangra llora un caballito pequeño de madera blanca la consuela baila en su mano ella ríe descansa en su lecho es de noche cerrada la luna irradia luz violeta sombras blancas me despiertan es de día y el cansancio de un largo viaje enterrado en arenas grises todo lo desvanece.
viernes, 11 de julio de 2008
Una noche más
Salí de la cocina con un mate recién preparado entre las manos y fui a sentarme frente a la ventana, una cálida luz de octubre tiñe todos los contornos de rosa, el cielo se volvió turquesa y sobre el horizonte aún hay destellos amarillos de un sol que en breve comenzará a iluminar a otros muy lejos de aquí.
Eduardo me pide un mate, su sonrisa es rosada, hasta su remera blanca se volvió rosa. Observo su perfil detenidamente y en silencio, es tan varonil –pienso- pero no se lo digo, sólo sigo mirándolo, sus ojos oscuros miran lejos a través de la ventana, no hay melancolía en ellos, por el contrario, trasmiten certezas, convicción de estar en el lugar preciso con la persona indicada. Bajo mi mirada hasta sus labios carnosos, levemente humedecidos que vuelven a sonreírme mientras me devuelve el mate, ahora es mi turno y por un instante dejo de mirarlo, cierro mis ojos y sigo recorriendo su rostro cetrino, el cabello al ras que desnuda las venas en las sienes, verdosas y enérgicas surcando su rostro, dotándolo de una vitalidad increíble, bajo por ellas hasta su cuello musculoso y me detengo, me hago un ovillito pequeño y me quedo acunada en el hueco que forma su clavícula, se está tan bien allí…
Abrí los ojos, sus brazos me rodeaban, me alzó delicadamente como si yo fuera frágil y en un instante mágico comenzamos a acariciarnos, nuestras manos ansiosas se entrecruzaban sin estorbarse dibujando una coreografía perfecta, acelerándose sin perder el ritmo. Desnudos ya, nuestros cuerpos se aceptaban y rechazaban en un juego perverso y sensual a la vez, entre risas y susurros me penetró, quedé poseída de placer casi inmóvil bajo su cuerpo, su sexo estallaba y mi pecho gritó obedeciendo un mandato ancestral, con una fuerza inaudita gritó, grité, grité…
El infinito placer se fundió con el espanto, una sombra en la puerta nos observaba silenciosa, acechante.
La luz del atardecer me permitió verla, cuanto más se nos acercaba más temor me producía. Una bella mujer desnuda, esbelta, de piernas muy largas, camina segura de sí. Mis ojos desorbitados vieron cómo de deslizó entre nosotros, separando nuestros cuerpos y ocupando mi lugar ante la complacencia de mi hombre, que parecía no darse cuenta del cambio, besó sus senos, lamió su cuerpo, élla gemía y él cada vez más excitado seguía saboreándola. Yo seguí allí inmóvil, contemplando una pesadilla sin fin, ellos no notaban mi presencia y siguieron gozando, gimiendo, gritando, sus cuerpos brillaban de sudor y el mío, frío por el horror, se encogió en un rincón lejano del cuarto hasta que todo acabó, el silencio y la oscuridad lo dominaban todo.
Cerré los ojos y me dormí.
Salí de la cocina con un mate recién preparado entre las manos y fui a sentarme frente a la ventana, una cálida luz de octubre tiñe todos los contornos de rosa, el cielo se volvió turquesa y sobre el horizonte aún hay destellos amarillos de un sol que en breve comenzará a iluminar a otros muy lejos de aquí.
Eduardo me pide un mate, su sonrisa es rosada, hasta su remera blanca se volvió rosa. Observo su perfil detenidamente y en silencio, es tan varonil –pienso- pero no se lo digo, sólo sigo mirándolo, sus ojos oscuros miran lejos a través de la ventana, no hay melancolía en ellos, por el contrario, trasmiten certezas, convicción de estar en el lugar preciso con la persona indicada. Bajo mi mirada hasta sus labios carnosos, levemente humedecidos que vuelven a sonreírme mientras me devuelve el mate, ahora es mi turno y por un instante dejo de mirarlo, cierro mis ojos y sigo recorriendo su rostro cetrino, el cabello al ras que desnuda las venas en las sienes, verdosas y enérgicas surcando su rostro, dotándolo de una vitalidad increíble, bajo por ellas hasta su cuello musculoso y me detengo, me hago un ovillito pequeño y me quedo acunada en el hueco que forma su clavícula, se está tan bien allí…
Abrí los ojos, sus brazos me rodeaban, me alzó delicadamente como si yo fuera frágil y en un instante mágico comenzamos a acariciarnos, nuestras manos ansiosas se entrecruzaban sin estorbarse dibujando una coreografía perfecta, acelerándose sin perder el ritmo. Desnudos ya, nuestros cuerpos se aceptaban y rechazaban en un juego perverso y sensual a la vez, entre risas y susurros me penetró, quedé poseída de placer casi inmóvil bajo su cuerpo, su sexo estallaba y mi pecho gritó obedeciendo un mandato ancestral, con una fuerza inaudita gritó, grité, grité…
El infinito placer se fundió con el espanto, una sombra en la puerta nos observaba silenciosa, acechante.
La luz del atardecer me permitió verla, cuanto más se nos acercaba más temor me producía. Una bella mujer desnuda, esbelta, de piernas muy largas, camina segura de sí. Mis ojos desorbitados vieron cómo de deslizó entre nosotros, separando nuestros cuerpos y ocupando mi lugar ante la complacencia de mi hombre, que parecía no darse cuenta del cambio, besó sus senos, lamió su cuerpo, élla gemía y él cada vez más excitado seguía saboreándola. Yo seguí allí inmóvil, contemplando una pesadilla sin fin, ellos no notaban mi presencia y siguieron gozando, gimiendo, gritando, sus cuerpos brillaban de sudor y el mío, frío por el horror, se encogió en un rincón lejano del cuarto hasta que todo acabó, el silencio y la oscuridad lo dominaban todo.
Cerré los ojos y me dormí.
sábado, 21 de junio de 2008
JINETE
Aquellas tierras eran tan extensas e inhóspitas, que un hombre podía cabalgar sin detenerse durante días y noches enteras y no cruzar rastro de vida alguno. Al final del camino, el jinete entregaba un recado al soberano, y como último acto de vida, se le permitía dar muerte a su caballo, una vez concluído el hipocidio, el hombre fallecía por extenuación.
Esto sucedía una y otra vez, sin cesar. Desde siempre.
Nunca nadie supo qué letras contenían aquellos mensajes, se rumoreaba que eran notas vacías, que sólo tenían por objeto perpetuar el poder del soberano.
Aquellas tierras eran tan extensas e inhóspitas, que un hombre podía cabalgar sin detenerse durante días y noches enteras y no cruzar rastro de vida alguno. Al final del camino, el jinete entregaba un recado al soberano, y como último acto de vida, se le permitía dar muerte a su caballo, una vez concluído el hipocidio, el hombre fallecía por extenuación.
Esto sucedía una y otra vez, sin cesar. Desde siempre.
Nunca nadie supo qué letras contenían aquellos mensajes, se rumoreaba que eran notas vacías, que sólo tenían por objeto perpetuar el poder del soberano.
En la Estación
Un bulto de harapos en un rincón oscuro y pestilente del andén. Se levanta. Es un nene. Tendrá unos seis u ocho años, no más. Petisito, menudo. Lleva puesta ropa de otros. Zapatones inmensos con talones aplastados, que chancletea y se le escapan al arrastrarlos. Pantalón atado con soguita. Camperita de nena. Hace frío, pero él no lo nota. Está sucio, con una suciedad sin tiempo. Suciedad de calles, de trenes, de basura, de comidas, de orines. Sus ojitos miran lejos, sin mirar. Sin oír. Deambula por el andén. Es un nene.
Un bulto de harapos en un rincón oscuro y pestilente del andén. Se levanta. Es un nene. Tendrá unos seis u ocho años, no más. Petisito, menudo. Lleva puesta ropa de otros. Zapatones inmensos con talones aplastados, que chancletea y se le escapan al arrastrarlos. Pantalón atado con soguita. Camperita de nena. Hace frío, pero él no lo nota. Está sucio, con una suciedad sin tiempo. Suciedad de calles, de trenes, de basura, de comidas, de orines. Sus ojitos miran lejos, sin mirar. Sin oír. Deambula por el andén. Es un nene.
En mis manos
La sala es amplia y está bien iluminada, como corresponde a la tarea por cumplir. Todo muy limpio y en perfecto orden, como un quirófano, sin serlo.
Un cuerpo desnudo sobre una camilla de acero inmaculado, frío y brillante, el cuerpo. Mujer caucásica de cincuenta y tantos años, corpulenta pero armoniosa, 1 metro 75, unos 80 kilos, grandes senos, anchas caderas. Cabello corto castaño claro (teñido), manos cuidadas, tez suave. Todo en ella es delicado, todo en ella revela esmero.
Sólo un detalle incomoda. Un rictus amargo domina el rostro, difícil de borrar, si bien la rigidez facilitará la tarea...
... unos suaves masajes, precisos y enguantados acomodarán los músculos, desaparecerán las arrugas de la frente y se despejará el nacimiento de las cejas. Lo mismo sucederá con la comisura de la boca, levemente hacia arriba, como si asomara una sonrisa.
Los masajes recorren los pómulos, los lóbulos de las orejas y llegan hasta el nacimiento del cuello, frontera del artista.
Una base rosada da vida al cutis, nada de brillos que confundan la piel con cera, todo debe resultar natural. Delicada iluminación en los párpados, y unos pequeños toques de color, aquí y allá, en pómulos, punta de la nariz, mentón, dando volumen a la cara. Los labios sí, en carmín, que cubren el morado frío de las últimas horas.
La diferencia la dará el cabello, recién lavado y cepillado, con movimientos de brushing hacia atrás que le sientan muy bien a esta mujer, la rejuvenece.
Casi al dar por concluída la tarea, traen una bolsa, dentro, un vestido de algodón color natural con cuello y puños rojo oscuro, y un detalle, un par de pendientes dorados con una delicada perla en el centro.
Sobre el escritorio junto a la puerta, una ficha de identificación, que hay que completar y devolver firmada. Allí se leen datos obvios como la estatura, el peso, color de cabello y demás, lo novedoso, un nombre: María Magdalena Celeste Cobo.
Cómo le dirían? María? Magda? Mary? Sólo un nombre la identifica, puesto al nacer y ratificado hoy por última vez. Quién la llora ahora mismo?
Nada sé de ella, pero tuve su rostro en mis manos.
Ya vienen a buscarla. María Magdalena está lista, elegante y sobria como fue siempre. Un suave rubor recorre sus mejillas y una frágil sonrisa recibe a la muerte maquillada.
La sala es amplia y está bien iluminada, como corresponde a la tarea por cumplir. Todo muy limpio y en perfecto orden, como un quirófano, sin serlo.
Un cuerpo desnudo sobre una camilla de acero inmaculado, frío y brillante, el cuerpo. Mujer caucásica de cincuenta y tantos años, corpulenta pero armoniosa, 1 metro 75, unos 80 kilos, grandes senos, anchas caderas. Cabello corto castaño claro (teñido), manos cuidadas, tez suave. Todo en ella es delicado, todo en ella revela esmero.
Sólo un detalle incomoda. Un rictus amargo domina el rostro, difícil de borrar, si bien la rigidez facilitará la tarea...
... unos suaves masajes, precisos y enguantados acomodarán los músculos, desaparecerán las arrugas de la frente y se despejará el nacimiento de las cejas. Lo mismo sucederá con la comisura de la boca, levemente hacia arriba, como si asomara una sonrisa.
Los masajes recorren los pómulos, los lóbulos de las orejas y llegan hasta el nacimiento del cuello, frontera del artista.
Una base rosada da vida al cutis, nada de brillos que confundan la piel con cera, todo debe resultar natural. Delicada iluminación en los párpados, y unos pequeños toques de color, aquí y allá, en pómulos, punta de la nariz, mentón, dando volumen a la cara. Los labios sí, en carmín, que cubren el morado frío de las últimas horas.
La diferencia la dará el cabello, recién lavado y cepillado, con movimientos de brushing hacia atrás que le sientan muy bien a esta mujer, la rejuvenece.
Casi al dar por concluída la tarea, traen una bolsa, dentro, un vestido de algodón color natural con cuello y puños rojo oscuro, y un detalle, un par de pendientes dorados con una delicada perla en el centro.
Sobre el escritorio junto a la puerta, una ficha de identificación, que hay que completar y devolver firmada. Allí se leen datos obvios como la estatura, el peso, color de cabello y demás, lo novedoso, un nombre: María Magdalena Celeste Cobo.
Cómo le dirían? María? Magda? Mary? Sólo un nombre la identifica, puesto al nacer y ratificado hoy por última vez. Quién la llora ahora mismo?
Nada sé de ella, pero tuve su rostro en mis manos.
Ya vienen a buscarla. María Magdalena está lista, elegante y sobria como fue siempre. Un suave rubor recorre sus mejillas y una frágil sonrisa recibe a la muerte maquillada.
miércoles, 18 de junio de 2008
CUENTOS DE HADAS
Si el mundo fuera tan bello como en los cuentos de hadas,
no sería justo pisar su suelo,
ni cortar sus flores,
ni qué decir de cazar mariposas!
para eternizarlas luego como estampillas postales
en grandes y pesados álbumes de bordes dorados.
Por suerte se ha perdido la costumbre de coleccionar,
tanto estampillas como mariposas,
se ha perdido en definitiva toda costumbre por clasificar y guardar,
por el gusto de guardar.
Muchas costumbres se han perdido,
incluso la de contar cuentos de hadas.
Será por eso que pisamos el suelo de esta tierra
y cortamos sus flores.
O será acaso que no hay ya mariposas?
Si el mundo fuera tan bello como en los cuentos de hadas,
no sería justo pisar su suelo,
ni cortar sus flores,
ni qué decir de cazar mariposas!
para eternizarlas luego como estampillas postales
en grandes y pesados álbumes de bordes dorados.
Por suerte se ha perdido la costumbre de coleccionar,
tanto estampillas como mariposas,
se ha perdido en definitiva toda costumbre por clasificar y guardar,
por el gusto de guardar.
Muchas costumbres se han perdido,
incluso la de contar cuentos de hadas.
Será por eso que pisamos el suelo de esta tierra
y cortamos sus flores.
O será acaso que no hay ya mariposas?
miércoles, 21 de mayo de 2008
Cachito
Qué duro es esto, sí, duro y frío. Esta vereda es dura y fría, a pesar de la frazada. Te acordás de esta frazada? La llevamos una vez a la playa, te acordás? Vos decías que se iba a llenar de arena y que después no se la íbamos a poder sacar, la arena, y yo insistí, menos mal que insistí porque si no nos hubiéramos muerto de frío, como ahora, en esta vereda dura.
Me acuerdo, también dijiste que no lleváramos al perro, no, no, al perro no, que no lleváramos las sillitas, sí éso, las sillitas, porque había que caminar mucho y a la vuelta vos ibas a tener que cargar con todo porque yo me iba a cansar enseguida como siempre.
Claro! no era al perro, si el perro está acá conmigo.
Y vos Cachito, vos también tenés frío no?
Cachito no contesta, pero yo sé que él también tiene frío, o no ven cómo se enroscó en la frazada? Eh! Cachito dejáme un poco de frazada che. No hay caso, Cachito ni se corre.
Ey! usté, sí usté señó, no tiene algo para darme? algo no más? mire que frío que hace acá, mire, ve? hace frío y está duro también, déle no tiene algo para mí? … sí, sí, gracias, gracias!
Estuvo bueno ese día en la playa, no? hacía calor y hacía viento también, sí mucho viento, por eso yo quería la frazada, y vos que no, por el viento … la arena con el viento, éso, se iba a llenar de arena , pero mirá mirá! no tiene arena la frazada, nada! ni un granito, limpita está pero no abriga, allá sí abrigaba pero acá no, por qué será che que acá no abriga eh?
La arena también era dura, te acordás Cachito? no… qué, qué te vas a acordar vos si no fuiste con nosotros a la playa. No que no fuiste vos? Cómo ibas a ir a la playa si estás acá ahora conmigo, claro! que tonta que soy.
Dale Cachito, movete un poco che, que yo también tengo derecho a usar la frazada, después de todo, quién la compró eh? quién? Vos seguro que no, no qué va, si un perro no puede comprar nada, o acaso vos sí podés eh? perro tonto que no servís para nada, no servís. Yo te explico, te explico que fui yo quien compró esta frazada, sabés? Y te cuento cuando fuimos una vez a la playa, nosotros dos fuimos, no… vos no, él, yo y él, aquella vez que fuimos a la playa, y vos nada, ves que no entendés nada vos, si yo sé lo que digo… Cachito sos un perro tonto!
Ey! usté señora, oiga doña, señora, no tiene algo para mí? para mí y para Cachito, déle sea buena, algo para él no más, mire qué flaquito está, ey mire!
Que amarreta que es la gente, no Cachito?
Tenés hambre? já …cómo que no! Ayer fue? sí … esos fideos fríos que nos dejó la chica linda, esa rubiecita de azul, en la bandejita, no estaban tan mal, no qué va. Ah … y las galletitas de hoy también, pero a vos no te gustaron, sos fino vos? shhh… si yo te lo digo siempre, sos un perro tonto.
Esos sánguches de milanesa de la panadería de la vuelta, que llevábamos a la playa, ésos sí tenían arena, masticar arena es raro sabés? te suena en la cabeza un ruido horrible y no escuchás lo que decís mientras ese bochinche suena… no sé, a veces me pasa y no como arena, me zumba el marote...
Esas milanesas sí que estaban buenas! Y llevábamos mate también, vos sabés lo que es el mate Cachito? no…cómo vas a saber? un perro no toma mate, tampoco come milanesas, aunque vos sos medio finoli, antes comías milanesas che?
Señó señó! Tiene algo para darme? por favor señó.
La otra vez hacía calor, mucho calor, y se largó a llover, con todo! parecía que Diosito se había enojado con nosotros, y puede ser sabés? Entonces fuimos a un bar, él y yo fuimos, así mojados, chorreábamos todo, pero nadie nos dijo nada, nadie nos echó, parecía buena gente ésa, no nos miraron con cara rara, no no…
Ves? no como éste, mirá mirá Cachito éste cómo nos mira…
Eh! qué mirás vos? qué tengo che, tengo monos en la cara yo eh? Dejá Cachito, dejá que éste es un tonto, más tonto que vos.
En el bar no nos miraban, y nos dieron unas empanadas muy buenas, calentitas estaban, no, no nos dieron, las pagamos, él las pagó… claro, quién si no? Él me pagaba todo porque yo era una chica linda, sabés? qué, no me creés vos? y … sos tonto.
Acá estamos bien secos, qué suerte no? Estar mojado es feo, se pone todo pegajoso, el pelo, la ropa… Ahora acá está seco, sí, pero hace frío … y está duro también.
Chica! Tenés algo vos, algo para darme a mí? eh chica?
Qué duro es esto, sí, duro y frío. Esta vereda es dura y fría, a pesar de la frazada. Te acordás de esta frazada? La llevamos una vez a la playa, te acordás? Vos decías que se iba a llenar de arena y que después no se la íbamos a poder sacar, la arena, y yo insistí, menos mal que insistí porque si no nos hubiéramos muerto de frío, como ahora, en esta vereda dura.
Me acuerdo, también dijiste que no lleváramos al perro, no, no, al perro no, que no lleváramos las sillitas, sí éso, las sillitas, porque había que caminar mucho y a la vuelta vos ibas a tener que cargar con todo porque yo me iba a cansar enseguida como siempre.
Claro! no era al perro, si el perro está acá conmigo.
Y vos Cachito, vos también tenés frío no?
Cachito no contesta, pero yo sé que él también tiene frío, o no ven cómo se enroscó en la frazada? Eh! Cachito dejáme un poco de frazada che. No hay caso, Cachito ni se corre.
Ey! usté, sí usté señó, no tiene algo para darme? algo no más? mire que frío que hace acá, mire, ve? hace frío y está duro también, déle no tiene algo para mí? … sí, sí, gracias, gracias!
Estuvo bueno ese día en la playa, no? hacía calor y hacía viento también, sí mucho viento, por eso yo quería la frazada, y vos que no, por el viento … la arena con el viento, éso, se iba a llenar de arena , pero mirá mirá! no tiene arena la frazada, nada! ni un granito, limpita está pero no abriga, allá sí abrigaba pero acá no, por qué será che que acá no abriga eh?
La arena también era dura, te acordás Cachito? no… qué, qué te vas a acordar vos si no fuiste con nosotros a la playa. No que no fuiste vos? Cómo ibas a ir a la playa si estás acá ahora conmigo, claro! que tonta que soy.
Dale Cachito, movete un poco che, que yo también tengo derecho a usar la frazada, después de todo, quién la compró eh? quién? Vos seguro que no, no qué va, si un perro no puede comprar nada, o acaso vos sí podés eh? perro tonto que no servís para nada, no servís. Yo te explico, te explico que fui yo quien compró esta frazada, sabés? Y te cuento cuando fuimos una vez a la playa, nosotros dos fuimos, no… vos no, él, yo y él, aquella vez que fuimos a la playa, y vos nada, ves que no entendés nada vos, si yo sé lo que digo… Cachito sos un perro tonto!
Ey! usté señora, oiga doña, señora, no tiene algo para mí? para mí y para Cachito, déle sea buena, algo para él no más, mire qué flaquito está, ey mire!
Que amarreta que es la gente, no Cachito?
Tenés hambre? já …cómo que no! Ayer fue? sí … esos fideos fríos que nos dejó la chica linda, esa rubiecita de azul, en la bandejita, no estaban tan mal, no qué va. Ah … y las galletitas de hoy también, pero a vos no te gustaron, sos fino vos? shhh… si yo te lo digo siempre, sos un perro tonto.
Esos sánguches de milanesa de la panadería de la vuelta, que llevábamos a la playa, ésos sí tenían arena, masticar arena es raro sabés? te suena en la cabeza un ruido horrible y no escuchás lo que decís mientras ese bochinche suena… no sé, a veces me pasa y no como arena, me zumba el marote...
Esas milanesas sí que estaban buenas! Y llevábamos mate también, vos sabés lo que es el mate Cachito? no…cómo vas a saber? un perro no toma mate, tampoco come milanesas, aunque vos sos medio finoli, antes comías milanesas che?
Señó señó! Tiene algo para darme? por favor señó.
La otra vez hacía calor, mucho calor, y se largó a llover, con todo! parecía que Diosito se había enojado con nosotros, y puede ser sabés? Entonces fuimos a un bar, él y yo fuimos, así mojados, chorreábamos todo, pero nadie nos dijo nada, nadie nos echó, parecía buena gente ésa, no nos miraron con cara rara, no no…
Ves? no como éste, mirá mirá Cachito éste cómo nos mira…
Eh! qué mirás vos? qué tengo che, tengo monos en la cara yo eh? Dejá Cachito, dejá que éste es un tonto, más tonto que vos.
En el bar no nos miraban, y nos dieron unas empanadas muy buenas, calentitas estaban, no, no nos dieron, las pagamos, él las pagó… claro, quién si no? Él me pagaba todo porque yo era una chica linda, sabés? qué, no me creés vos? y … sos tonto.
Acá estamos bien secos, qué suerte no? Estar mojado es feo, se pone todo pegajoso, el pelo, la ropa… Ahora acá está seco, sí, pero hace frío … y está duro también.
Chica! Tenés algo vos, algo para darme a mí? eh chica?
martes, 20 de mayo de 2008
TRANSFORMACIONES
Mi cuerpo desnudo se recorta contra la pared, una sensual sombra negra sobre blanco. Mis cabellos despeinados dibujan una maraña simpática y una montañita a mis pies insinúa una pila de ropas desbrochadas con apuro. El piso de baldosas enfría mis nalgas y toda mi piel se estremece, sin embargo aún siento calor y la transpiración me surca, mi respiración se recupera lentamente y mis latidos se acompasan. Una tenue luz anaranjada entra por la ventana, fue una tarde fresca después de la lluvia del mediodía, apenas unas hilachas en el cielo y allá al fondo un menguante plateado anuncia que habrá estrellas esta noche.
El ruido de la ducha rebota en mis oídos, imagino el agua tibia resbalando por su cuerpo, normalizando su temperatura y neutralizando los olores. Me llama con su voz ronca, quiere que me bañe con él. El más profundo de mis deseos no puede resistirse a semejante tentación pero mis músculos no responden, me quedo inmóvil en el suelo fantaseando con su cuerpo mojado, y con el mío. Mi memoria lo recorre centímetro a centímetro, sin perder detalle, curvas, huequitos, los pelitos de su nuca se suavizan con el agua, sus cejas gotean y sus negras pestañas brillan como si las hubiera maquillado, los labios más rosados que nunca por el vapor, el vello de su pecho no pierde sus curvas, tampoco el de sus piernas, sin embargo su pelvis se alisa como la de un adolescente. Disfruto tanto con estas pequeñas transformaciones que sólo yo noto, es increíble pensar que conozco mejor su cuerpo que él mismo.
Vuelve a llamarme, no respondo. Me hago un bollito en el piso y sigo recorriéndolo. El jabón resbala por sus piernas firmes, hace espuma con sus manos y se enjabona la espalda y los glúteos, las axilas, el cuello, toma un sorbo de la ducha y lo escupe (por qué lo hará? es agua asquerosamente tibia), sacude la cabeza como un perrito y frota ambas manos en el rostro. El ritual concluye con un chorro de agua helada que él asegura que es una sana costumbre. Brrr...me da frío pensarlo. El sonido metálico de los ganchos corriendo sobre el barral. Agudizo mi oído y me llega el ruido seco de la toalla contra su piel. En pocos segundos más, sé que estará parado frente a mi, desnudo y fresco, husmeando mi rostro convencido de hallarme dormida, como tantas otras veces.
Me levantará en brazos y me llevará hasta la cama, suavemente, sin despertarme. Yo sonreiré sin mueca y él, satisfecho, me cubrirá con la sábana.
Mi cuerpo desnudo se recorta contra la pared, una sensual sombra negra sobre blanco. Mis cabellos despeinados dibujan una maraña simpática y una montañita a mis pies insinúa una pila de ropas desbrochadas con apuro. El piso de baldosas enfría mis nalgas y toda mi piel se estremece, sin embargo aún siento calor y la transpiración me surca, mi respiración se recupera lentamente y mis latidos se acompasan. Una tenue luz anaranjada entra por la ventana, fue una tarde fresca después de la lluvia del mediodía, apenas unas hilachas en el cielo y allá al fondo un menguante plateado anuncia que habrá estrellas esta noche.
El ruido de la ducha rebota en mis oídos, imagino el agua tibia resbalando por su cuerpo, normalizando su temperatura y neutralizando los olores. Me llama con su voz ronca, quiere que me bañe con él. El más profundo de mis deseos no puede resistirse a semejante tentación pero mis músculos no responden, me quedo inmóvil en el suelo fantaseando con su cuerpo mojado, y con el mío. Mi memoria lo recorre centímetro a centímetro, sin perder detalle, curvas, huequitos, los pelitos de su nuca se suavizan con el agua, sus cejas gotean y sus negras pestañas brillan como si las hubiera maquillado, los labios más rosados que nunca por el vapor, el vello de su pecho no pierde sus curvas, tampoco el de sus piernas, sin embargo su pelvis se alisa como la de un adolescente. Disfruto tanto con estas pequeñas transformaciones que sólo yo noto, es increíble pensar que conozco mejor su cuerpo que él mismo.
Vuelve a llamarme, no respondo. Me hago un bollito en el piso y sigo recorriéndolo. El jabón resbala por sus piernas firmes, hace espuma con sus manos y se enjabona la espalda y los glúteos, las axilas, el cuello, toma un sorbo de la ducha y lo escupe (por qué lo hará? es agua asquerosamente tibia), sacude la cabeza como un perrito y frota ambas manos en el rostro. El ritual concluye con un chorro de agua helada que él asegura que es una sana costumbre. Brrr...me da frío pensarlo. El sonido metálico de los ganchos corriendo sobre el barral. Agudizo mi oído y me llega el ruido seco de la toalla contra su piel. En pocos segundos más, sé que estará parado frente a mi, desnudo y fresco, husmeando mi rostro convencido de hallarme dormida, como tantas otras veces.
Me levantará en brazos y me llevará hasta la cama, suavemente, sin despertarme. Yo sonreiré sin mueca y él, satisfecho, me cubrirá con la sábana.
sábado, 17 de mayo de 2008
HUELLAS
Volví a sentir sus muslos en mis manos, como grabados en éllas. Es increíble cómo los recuerdos se pegan a la piel, aún después de mucho tiempo. Pero esta vez era diferente. No como la marca que llevo arriba de la ceja y que el borde de una hamaca dejó olvidada allí, o el huequito en la rodilla de cuando caí de un árbol en la casa de tía Nelly. Tampoco se parece al olor a masita tibia que salía de la fábrica de galletitas y que aún llevo en mi nariz desde el jardín de infantes, o el gusto a chicle tutti fruti que tenía la goma de borrar lápiz. Nada de éso. Esta vez es diferente.
Recuerdo que solíamos dormir acurrucados, la espalda de uno junto a la panza del otro, alternando los lugares. Cuando era yo quien lo abrazaba, mi mano derecha se deslizaba sobre su muslo derecho, de arriba a abajo y de abajo hacia arriba, como un lento masaje, pero ejerciendo una suave presión sobre sus carnes. Su piel era fresca y porosa, pero su cuerpo irradiaba un calor inusual, como si tuviera un calefactor dentro de él, era una sensación maravillosa. Sus piernas largas y musculosas me daban seguridad, sabía que esas piernas eran capaces de soportar cualquier cosa, de soportarlo todo. Podían caminar por horas, subir montañas, llevar el peso de su cuerpo toda una vida y dejarse acariciar, como en una mecedora, por mis manos. Un conjunto de imágenes, sensaciones, certezas, vienen a mí desde mis manos. Mis palmas con líneas que cuentan historias, mis dedos con huellas que hablan de mí, mis uñas cuidadas. Todo habla de mí, y de él. Me recuerda aquella unión. El encuentro bajo las sábanas, la humedad de la piel, la necesidad del contacto. Noches enteras,por meses,años.
Esta noche mis manos hablan de él, dibujan su cuerpo en la oscuridad bajo las mantas, en el silencio de la madrugada, en el recuerdo de los tiempos.
Mis manos hablan.
FIEL IMAGEN
El olor a leche tibia domina la cocina. Es una tarde como tantas, en esta Buenos Aires húmeda, que concentra olores y agudiza dolores. Le duele el brazo, detrás del codito, también le duele la pierna del mismo lado. En el espejo del baño se mira y ve una mancha verdosa y rojo oscuro al medio.
Siempre es igual, mamá quiere defenderme – piensa – pero papá es más fuerte, no es alto como el papá de Gustavito, pero es musculoso, tiene brazos gruesos y manos pesadas, y las uñas desparejas, que a veces rasguñan también.
Vuelve a la cocina y se sienta a tomar la leche, ya se enfrió. Agarra un cuchillo limpio del cajón, y delicadamente le saca la manteca al pan, limpia el filo con la miga, y unta mermelada, así le gusta más. No sabe bien por qué, pero la manteca le da asco, le recuerda a algo sucio. Deja la leche sin terminar y va nuevamente al baño. Cierra la puerta con llave, sabe que no hay nadie, pero por las dudas.
Se desviste, observa detenidamente su brazo, su pierna, el costado del tronco, ahí le duele bastante, se toca, aprieta, acá sí, acá no tanto, menos, sí justo acá. Busca en el botiquín las cremas de mamá, una que vió cómo élla se pone y le da color a la cara, el frasco de tapa azul, se unta el brazo, el moretón que duele, pero insiste, quiere ocultar esos verdes, pero no cubre, la crema no cubre. Servirá sólo para la cara? – se pregunta -. En la pierna tiene un raspón, uno de tantos, y en el costado izquierdo, debajo de las costillas, ahí no ve nada pero es donde más le duele, también se unta ahí, quizá alivie, pero no, tampoco sirve para éso la crema.
Acaricia la bata de mamá, tiene perfumito, y éso le gusta, se la prueba. Se mira al espejo y ve su parecido con élla, y un poco más con su tía Cristina, la hermana menor, la más flaca de todas, es su fiel imagen, así con la bata. Se tira el pelo para atrás, se lo ajusta con las manos, sí, se parece mucho a la tía.
Un impulso, y sin saber cómo ni por qué, se empieza a probar los maquillajes, desordenadamente, un rubor en las mejillas, un polvo azulado en los párpados, prueba un color de labios y encima otro, más rojo, la boca le queda chingada y con gusto feo, se lo quiere sacar con la mano y es peor, una mueca de disfraz le atraviesa el rostro, frota con fuerza, frota más, ahora el rojo de la irritación se superpone al labial, y la vergüenza al dolor.
Quiere lavarse todo, rápido, antes que ella vuelva del almacén. Tira un frasco, se derrama algo espeso, oscuro, no sabe qué es ni cómo limpiarlo, es pegajoso.
Escucha la puerta. Las manitos se le ponen más torpes, nada vuelve a su lugar, al de antes, como si el botiquín fuera más chico.
La voz de la madre le da terror. Ella insiste “dónde estás Julito, no estarás haciendo lío, no? mirá que cuando llegue tu padre... Julito!”.
El olor a leche tibia domina la cocina. Es una tarde como tantas, en esta Buenos Aires húmeda, que concentra olores y agudiza dolores. Le duele el brazo, detrás del codito, también le duele la pierna del mismo lado. En el espejo del baño se mira y ve una mancha verdosa y rojo oscuro al medio.
Siempre es igual, mamá quiere defenderme – piensa – pero papá es más fuerte, no es alto como el papá de Gustavito, pero es musculoso, tiene brazos gruesos y manos pesadas, y las uñas desparejas, que a veces rasguñan también.
Vuelve a la cocina y se sienta a tomar la leche, ya se enfrió. Agarra un cuchillo limpio del cajón, y delicadamente le saca la manteca al pan, limpia el filo con la miga, y unta mermelada, así le gusta más. No sabe bien por qué, pero la manteca le da asco, le recuerda a algo sucio. Deja la leche sin terminar y va nuevamente al baño. Cierra la puerta con llave, sabe que no hay nadie, pero por las dudas.
Se desviste, observa detenidamente su brazo, su pierna, el costado del tronco, ahí le duele bastante, se toca, aprieta, acá sí, acá no tanto, menos, sí justo acá. Busca en el botiquín las cremas de mamá, una que vió cómo élla se pone y le da color a la cara, el frasco de tapa azul, se unta el brazo, el moretón que duele, pero insiste, quiere ocultar esos verdes, pero no cubre, la crema no cubre. Servirá sólo para la cara? – se pregunta -. En la pierna tiene un raspón, uno de tantos, y en el costado izquierdo, debajo de las costillas, ahí no ve nada pero es donde más le duele, también se unta ahí, quizá alivie, pero no, tampoco sirve para éso la crema.
Acaricia la bata de mamá, tiene perfumito, y éso le gusta, se la prueba. Se mira al espejo y ve su parecido con élla, y un poco más con su tía Cristina, la hermana menor, la más flaca de todas, es su fiel imagen, así con la bata. Se tira el pelo para atrás, se lo ajusta con las manos, sí, se parece mucho a la tía.
Un impulso, y sin saber cómo ni por qué, se empieza a probar los maquillajes, desordenadamente, un rubor en las mejillas, un polvo azulado en los párpados, prueba un color de labios y encima otro, más rojo, la boca le queda chingada y con gusto feo, se lo quiere sacar con la mano y es peor, una mueca de disfraz le atraviesa el rostro, frota con fuerza, frota más, ahora el rojo de la irritación se superpone al labial, y la vergüenza al dolor.
Quiere lavarse todo, rápido, antes que ella vuelva del almacén. Tira un frasco, se derrama algo espeso, oscuro, no sabe qué es ni cómo limpiarlo, es pegajoso.
Escucha la puerta. Las manitos se le ponen más torpes, nada vuelve a su lugar, al de antes, como si el botiquín fuera más chico.
La voz de la madre le da terror. Ella insiste “dónde estás Julito, no estarás haciendo lío, no? mirá que cuando llegue tu padre... Julito!”.
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