otoño en germania
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domingo, 28 de diciembre de 2008
lunes, 8 de diciembre de 2008
NOCHE CARIBEÑA
Tanta humedad hoy, que hasta el papel suda, y resbala la lapicera.
Todo transpira aquí, la gente, las plantas, la calle. Los adoquines patinan, y al patinar mis ojos miran el cielo, plagado de estrellas que destellan junto a unos ojos negros en un rostro moreno, rostro brilloso que suda, igual que Cartagena.
Él hace malabares para ganarse el pan, aquí frente a mí, en esta placita poblada de paseantes, comensales, turistas intentando encontrar la brisa que se perdió dentro de las casas. Un resplandor infantil hay en sus ojos de anciano, goza con sus propias piruetas, festejándose cada malabar con un “eah eah”… “muy bien, sí, así”… sosteniendo en alto junto a los bastones su autoestima, recuerdo de glorias pasadas viajando de aquí a allá junto a un circo de pueblo.
Logra captar la atención de todos, y nos arranca una sonrisa. Nos contagiamos de su entusiasmo y aplaudimos pidiendo más.
Y él cumple, se anima a todo y nos regala sus piruetas preferidas, aquéllas que guardó largo tiempo a la espera de un día especial, diferente a todos, que valga la pena ser recordado, y algo le dice a este hombre de la calle que el momento llegó. Nos deleita con giros, saltos y pasos que exigen la destreza y coordinación de un cuerpo joven, sin embargo, por una noche olvida su edad, se siente un muchacho, se sabe niño, y nosotros con él.
Agradecerle esta magia con una moneda es poco, demasiado poco. Tal vez recordarlo, sea la mejor recompensa.
…en una noche calurosa, en una plaza en Cartagena, los ojos de un anciano brillaron de felicidad frente a mí.
Tanta humedad hoy, que hasta el papel suda, y resbala la lapicera.
Todo transpira aquí, la gente, las plantas, la calle. Los adoquines patinan, y al patinar mis ojos miran el cielo, plagado de estrellas que destellan junto a unos ojos negros en un rostro moreno, rostro brilloso que suda, igual que Cartagena.
Él hace malabares para ganarse el pan, aquí frente a mí, en esta placita poblada de paseantes, comensales, turistas intentando encontrar la brisa que se perdió dentro de las casas. Un resplandor infantil hay en sus ojos de anciano, goza con sus propias piruetas, festejándose cada malabar con un “eah eah”… “muy bien, sí, así”… sosteniendo en alto junto a los bastones su autoestima, recuerdo de glorias pasadas viajando de aquí a allá junto a un circo de pueblo.
Logra captar la atención de todos, y nos arranca una sonrisa. Nos contagiamos de su entusiasmo y aplaudimos pidiendo más.
Y él cumple, se anima a todo y nos regala sus piruetas preferidas, aquéllas que guardó largo tiempo a la espera de un día especial, diferente a todos, que valga la pena ser recordado, y algo le dice a este hombre de la calle que el momento llegó. Nos deleita con giros, saltos y pasos que exigen la destreza y coordinación de un cuerpo joven, sin embargo, por una noche olvida su edad, se siente un muchacho, se sabe niño, y nosotros con él.
Agradecerle esta magia con una moneda es poco, demasiado poco. Tal vez recordarlo, sea la mejor recompensa.
…en una noche calurosa, en una plaza en Cartagena, los ojos de un anciano brillaron de felicidad frente a mí.
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