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sábado, 21 de junio de 2008

JINETE
Aquellas tierras eran tan extensas e inhóspitas, que un hombre podía cabalgar sin detenerse durante días y noches enteras y no cruzar rastro de vida alguno. Al final del camino, el jinete entregaba un recado al soberano, y como último acto de vida, se le permitía dar muerte a su caballo, una vez concluído el hipocidio, el hombre fallecía por extenuación.
Esto sucedía una y otra vez, sin cesar. Desde siempre.
Nunca nadie supo qué letras contenían aquellos mensajes, se rumoreaba que eran notas vacías, que sólo tenían por objeto perpetuar el poder del soberano.

En la Estación
Un bulto de harapos en un rincón oscuro y pestilente del andén. Se levanta. Es un nene. Tendrá unos seis u ocho años, no más. Petisito, menudo. Lleva puesta ropa de otros. Zapatones inmensos con talones aplastados, que chancletea y se le escapan al arrastrarlos. Pantalón atado con soguita. Camperita de nena. Hace frío, pero él no lo nota. Está sucio, con una suciedad sin tiempo. Suciedad de calles, de trenes, de basura, de comidas, de orines. Sus ojitos miran lejos, sin mirar. Sin oír. Deambula por el andén. Es un nene.
En mis manos

La sala es amplia y está bien iluminada, como corresponde a la tarea por cumplir. Todo muy limpio y en perfecto orden, como un quirófano, sin serlo.
Un cuerpo desnudo sobre una camilla de acero inmaculado, frío y brillante, el cuerpo. Mujer caucásica de cincuenta y tantos años, corpulenta pero armoniosa, 1 metro 75, unos 80 kilos, grandes senos, anchas caderas. Cabello corto castaño claro (teñido), manos cuidadas, tez suave. Todo en ella es delicado, todo en ella revela esmero.
Sólo un detalle incomoda. Un rictus amargo domina el rostro, difícil de borrar, si bien la rigidez facilitará la tarea...
... unos suaves masajes, precisos y enguantados acomodarán los músculos, desaparecerán las arrugas de la frente y se despejará el nacimiento de las cejas. Lo mismo sucederá con la comisura de la boca, levemente hacia arriba, como si asomara una sonrisa.
Los masajes recorren los pómulos, los lóbulos de las orejas y llegan hasta el nacimiento del cuello, frontera del artista.
Una base rosada da vida al cutis, nada de brillos que confundan la piel con cera, todo debe resultar natural. Delicada iluminación en los párpados, y unos pequeños toques de color, aquí y allá, en pómulos, punta de la nariz, mentón, dando volumen a la cara. Los labios sí, en carmín, que cubren el morado frío de las últimas horas.
La diferencia la dará el cabello, recién lavado y cepillado, con movimientos de brushing hacia atrás que le sientan muy bien a esta mujer, la rejuvenece.
Casi al dar por concluída la tarea, traen una bolsa, dentro, un vestido de algodón color natural con cuello y puños rojo oscuro, y un detalle, un par de pendientes dorados con una delicada perla en el centro.
Sobre el escritorio junto a la puerta, una ficha de identificación, que hay que completar y devolver firmada. Allí se leen datos obvios como la estatura, el peso, color de cabello y demás, lo novedoso, un nombre: María Magdalena Celeste Cobo.
Cómo le dirían? María? Magda? Mary? Sólo un nombre la identifica, puesto al nacer y ratificado hoy por última vez. Quién la llora ahora mismo?
Nada sé de ella, pero tuve su rostro en mis manos.
Ya vienen a buscarla. María Magdalena está lista, elegante y sobria como fue siempre. Un suave rubor recorre sus mejillas y una frágil sonrisa recibe a la muerte maquillada.

AGUACERO
Una zapatilla mojada bajo el secador de manos
el paraguas roto
las mejillas con rimel
manos congeladas
y pezones duros
imágenes que me devuelve el espejo.
La ciudad luz


qué tiene este hombre


q siempre aparece en penunbras


o de espaldas...










jueves, 19 de junio de 2008

un sudor frío
recorre su espalda
mis manos ávidas
roban su imagen

miércoles, 18 de junio de 2008

era febrero
hacía calor...




y estaba aburrida

me quedé colgada en las alturas...

CUENTOS DE HADAS

Si el mundo fuera tan bello como en los cuentos de hadas,
no sería justo pisar su suelo,
ni cortar sus flores,
ni qué decir de cazar mariposas!
para eternizarlas luego como estampillas postales
en grandes y pesados álbumes de bordes dorados.
Por suerte se ha perdido la costumbre de coleccionar,
tanto estampillas como mariposas,
se ha perdido en definitiva toda costumbre por clasificar y guardar,
por el gusto de guardar.
Muchas costumbres se han perdido,
incluso la de contar cuentos de hadas.
Será por eso que pisamos el suelo de esta tierra
y cortamos sus flores.
O será acaso que no hay ya mariposas?
los países bajos nuevamente
una pintura de Bruegel (el viejo)
una foto de Amsterdam



una misma paleta de colores... tan flamenco